jueves, 4 de julio de 2013

VEO-VEO: ¿Y QUÉ VES? (Especial "Black Mirror" en el Cultura/s)


(VERSIÓ CASTELLANA)
Publicado en el suplemento Cultura/s de La Vanguardia. 
Aquí los textos de los 6 episodios escritos por Fèlix Pérez-Hita, Andrés Hispano, Raul Minchinela, Eulàlia Iglesias, Jordi Balló y una servidora.



El s2e2 de Black Mirror empieza con la chica protagonista en un comedor con síntomas de haber sido apaleada; cuando sale a la calle (vacía como un plató a la hora de las reposiciones), la gente desde sus casas la va filmando con sus móviles, como fotografiaron y grabaron R. Ulmar Abbasi y otros ciudadanos a Ki Suk Han mientras intentaba salir, en vano, de la vía del metro de Nueva York donde había caído fruto de una discusión y donde sería atropellado el 5 de diciembre del 2012. Sin saber nada, más allá de flashes que le van viniendo a la mente, gente extraña empezará a perseguirla. Una muchacha la ayuda diciéndole que “los otros” que filman han sido víctimas de las “emisiones” y que tiene que llegar hasta el “Oso Blanco”. Lo que la protagonista no se imagina es que el punto final de la persecución, el salvador “Oso Blanco”, es un plató donde ella será exhibida cual presa de caza para recordarle que un día secuestró y mató a una niña, y ese será su castigo: cada día será víctima de una persecución suicida que contará con la complicidad de los ciudadanos que, con sus grabaciones, convertirán la ciudad en un plató gigante y a ella en la protagonista de un reality-ultraviolent-show. Desde las casas la gente podrá seguir el “castigo” en streaming a tiempo real. Cuando baje el telón, de noche, unas descargas lobotómicas convertirán su memoria en un lienzo en blanco para que el guión del día después pueda desarrollarse de nuevo de la misma forma. El castigo que los dioses inflingieron a Tántalo, Prometeo y Sísifo, se traslada ahora a esta mujer que verá como su vida es una eterna repetición de un solo gesto: el mismo gesto violento que ella aplicó, pero dado al espectáculo, en carne viva, una muerte sin muerte y a cuenta gotas para el share de la moral pública. El culpable, sólo un ”eslabón entre la Ley y el audímetro”, será desterrado a su propia casa, a revivir el momento trágico ad infinitum. La persecución macabra a modo de simulación perversa nos remite a ficciones como La naranja mecánica (Kubrick), Funny Games (Haneke), Punishment Park (Watkins) o el videoclip de M.I.A. realizado por Romain Costa-Gavras Born Free: en estas ficciones la tortura bajo guión se convierte en arma de divertimento, como hemos visto también, de forma más espontánea –y quizás por eso más desoladora- en las grabaciones amateurs de soldados torturando a sus rehenes en Abu Ghraib (ver Standard Operating Procedure de Morris) o los jugueteos con los cadáveres de Gadafi o Hussein). La ciudad, como en El Show de Truman, es el escenario perfecto y la gente, gracias a la tecnología móvil, se han convertido en co-autores de la maléfica criatura, del licuado Leviatán; los ciudadanos, devenidos unidades móviles que a través de un sentimiento que mezcla la excitación de la gamification (la vida convertida en un juego constante) y la satisfacción de “cumplir con la ley”, permitirán que el juego (esto es, el castigo), continúe. En la actualidad, desde las Google Glasses al CityScan (un mapeador de ciudades que permite identificar hasta un objeto de dos centímetros), la distopía que actualiza el mandato foucaultiano de “vigilar y castigar” puede realizarse sin interrupción. Hay mucha gente sea feliz cumpliendo con el dictamen del Gran Hermano, haciendo de su vida un producto de control remoto (una vida geolocalizada). La vida, “como inmensa acumulación de espectáculos” (como decía Debord), esto es, la “vida mineralizada”, está garantizada por el status quo; la otra (la vida consciente, la única posible), no.

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