viernes, 28 de marzo de 2008
Mery Cuesta y Eloy Fernández Porta presentan...
Duchamp en su retrete
Quizás el mejor título para lo que voy a contar sea: "he visto un caracol deslizarse sobre el filo de una navaja". Y en su momento a eso lo llamamos arte. Pero ahora, nada sabemos ya ahora. Quizás sea demasiado tarde. Llegué a la Sala d'Art Jove de la Generalitat de Catalunya, está en el fondo de un pasillo que da miedo, con sus tonos ocres, sus rejas firmes, su hedor burocrático. Afuera, mientras espero, está Eloy Fernández Porta, llega, enjuto, como un cadáver exquisito que sabe que ya no puede morir, con tensión en la mandíbula y olfato sediento de algo en la mirada. Ellos esperan, yo entro en la sala blanca. Veo un ordenador y dos personas, una de ellas, Mery Cuesta, comisaria de la exposición, batería punk y crítica de arte. Pelo oxidado, escote rojo, diente sonriente y roto. Las medias de rejillas, la falda a cuadros y las botas peleonas casi son lo de menos, lo importante es el gesto. Cuando empiezan a hablar en la sala ya hay algunas personas más. El ambiente es grato, simpático. La exposición se llama “Descàrrega discogràfica” y en sí no me emociona demasiado, pero el planteamiento es amable: 5 piezas de 4 artistas alrededor de la relación que mantiene una generación determinada (la nacida en los ochenta, as myself) con la música. Se hace una apología del muro, como si ni China ni Berlín hubieran existido. Para el arte actual ni China ni Berlín han existido. Se habla del muro, pero uno se olvida de Lascaux, la Capilla Sixtina, claro que ahora es otro el mensaje que se inscribe, aunque siempre se trate de “lo que da de comer”, también a nuestra alma necesitada de imágenes y otros garfios. Se habla del apogeo actual del muro en el arte contemporáneo, y es cierto, la gente pinta graffitis dentro de los museos mientras, afuera, en la calle, si se intenta lo mismo, uno se arriesga a pasar la noche entre rejas. Lo cual denota que del Arte ya sólo queda la ley que lo ciñe, la mano que lo regenta. Se habló también de comunidades musicales, de la reapropiación de materiales diversos en un sentido más cercano a la reconstrucción que al pastiche. Eloy sacó de la manga Adornos, Zizeks y otros. Mery, MacCarthys, Mias y el manga. Ambos, saltando ágil y fecundamente como la liebre de Pascua, de un concepto a otro, de una asociación a otra, como la liebre de marzo, pero sin comunidad a la que redimir, sin ganas de redimir a nadie. La inteligencia de Eloy es brillante, pero se pierde en ella como en un coito auto concebido. Las intuiciones de Mery son fuertes, pero a veces les falta el vocablo que lo tiene que vehicular. Me encantó escucharlos en directo, y eso es una mera opinión, a ellos, que las cosas les van bien, que sufren como el más triste de los perros, que llaman a ese grito (o a otro) contracultura y que aparecen en los periódicos o en los imaginarios de los culturetas como los tipos más in de una ciudad que se hunde por su propio peso y que vive tanto de sus sanguijuelas especuladoras como de sus quijotescos provocadores. Escoger por escoger, escojamos estos últimos, si es necesario a ciegas. Y si son los dos anfitriones de ayer, vamos más o menos bien. Lo único que quedó pendiente fue salir del cubo blanco para entrar en la madriguera de la noche, como Alicia, para poder decirse las cosas que quedan estranguladas por el escrúpulo y el bajo continuo del capital de fondo que mece la Cultura, allá donde la haya. Y todo lo que queda pendiente: Regresa. Como decía la Lispector: A veces, la vida, regresa.
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