Una de las mejores cosas del congreso Neo3 fue la noche del jueves en el Bar Eléctrico. Los motivos son muchos, pero ninguno será nunca suficiente. Uno de ellos fue el descubrir que aún existían bares donde artistas e intelectuales vaciaban sus monederos y sus ideas con sarna, humor, crítica y algo de niebla estupefaciente. Estar rodeado de escritores malditos o de malditos escritores siempre tiene su morbillo de fondo. ¿Quién se convertirá en su musa insomne?¿La mirarán como si fuera Anna Karenina?¿Una de las hermanas Font?¿Dalloway?¿Rachel?¿cómo si no existiera?¿Me preguntarán qué pienso de eso y de lo otro?¿Me mirarán como si todas las chicas fueran unas putas?¿unas diosas? Quien sabe. Y al final todo se sucede según lo previsto, con absoluta normalidad, aunque cuando los post-escritores en concreto y los humanos en general se arrejuntan en la esfera pública aquello adquiere siempre un tono divertido, todo pasa al plano de la representación y cada uno rescata su personaje oculto, y ahí hay sitio para todo tipo de monstruosidades, ironías del destino, paparruchadas y pasiones ocultas varias. Hacía mucho tiempo que no ponían Bob Dylan en un bar estando yo dentro. Feliz el encuentro con lo clásico en medio del post-todo. También estuvo el viejo Leonard Cohen y una buena sesión de blues, John Lee Hocker y tantos otros. Pensaba en la conferencia que acababa de escuchar del postporno. ¿Qué aporta Gabriela Wiener al asunto? ¿Qué diferencia hay entre ella y una adolescente blogger?¿Autobiografías sexuales? Las hay. ¿La experiencia? Pero es que mucho más radical era el gesto de tipos como Vito Acconci (veíamos su propia masturbación y en un museo!), Marina Abramovic (sus cuchillos eran de verdad) o la misma Beatriz Preciado (una mutante literal). Gabriela cita a Sophie Call, pero Gabriela sólo se tiene a si misma para perseguirse y a la escritura como el instrumento básico para conseguirlo. Su gesto quería provocar, sus intervenciones apuntaban ahí. Su fisonomía era algo vulgar, también su voz, aunque su presencia provoca, inquieta: esos ojos pequeños y bizcos, y una mediasonrisa encallada entre su pasividad juzgante y un mundo interior hecho de grandes acontecimientos. Qué sé yo. Me aburrí un poco con el final que adquirió la charla ("me pone, no me pone"), pero lo encontré gracioso en aquel contexto (el Gran Palacio de la Virreina), una cosa no quita la otra. La intervención de Eloy estuvo muy bien, yo quería ir por ahí, hacia otras lecturas del cuerpo y otras lecturas de las deficiencias de lo real a través del cuerpo, pero bueno, en contextos así la boca se cose sola y la palabra se convierte en veneno personal. Preferí no decir nada, puro miedo. Parece que sí que estamos maduros para empezar a hablar de “post-porno” pero la verdad es que no hay muchas cosas asimiladas. Cuando vi el cuadro “El nacimiento de el mundo” de Courbet en París no había nadie delante, los otros cuadros estaban abarrotados de gente que los tapaba, y aquel coño hermoso estaba ahí delante, resplandeciente, sin nadie que le prestara la atenció, porque, creo, ofendía. Y luego la gente no aparta la mirada cuando nos enseñan otros cráneos perforados de chavales palestinos o los estómagos embutidos de los niños somalíes. A una época de grandes imperios (ahora es el del capitalismo o postcapitalismo) le corresponde una gran pornografía (así es la propaganda, directa y preparada para hacerte eyacular de tu casa y enrolarte en la masa) y a la vez una misma gran dosis de pudor y escrúpulo. De ahí que lo que excite de todo esto es que todas las categorías que sirven para aproximarnos al porno puedan aplicarse a la realidad socio-política que vivimos para ponerla en tela de juicio, para servir de crítica a un aparato que en si mismo es pura pornografía y pudor recalcitrante. A la pregunta de quién ve porno yo hubiera respondido que cada día de 2 a 3 del mediodía en el telediario (este comentario, de hecho, es ya un clásico). En cuanto a lo de las representaciones sexuales, es extraño, porque en literatura ha habido momentos de libertad de expresión en este terreno, en el cine desde sus orígenes (lo vi en un festival de cine mudo en Sacile, con prácticas zoofílicas y todo). Si para algo sirve el porno es para excitar el cuerpo, cualquier parte de él, de arriba de todo hasta debajo de todo. Y el cuerpo siempre nos remitirá a la biopoítica. El cuerpo siempre ha sido, es y será, una cuestión política. Siguiendo con la charla, Juan Francisco Ferré y el guaperas de Javier Montes estuvieron bien. María Llopis, guapísima, quizás excesiva en sus intervenciones, excesivamente de sobremesa, excesivamente hedonistas o de un hedonismo excesivamente individualista que hacía que el público que estábamos allí nos convirtiéramos en espectadores morbosos de una intimidad a la que quizás no queríamos acceder. La fiesta: duró hasta tarde en la más completa y sonriente cordialidad. Somos raros bicéfalos, escribimos y luego existimos por paralelas que en nada se asemejan; pero también porque no me crucé palabra alguna con los allí presentes. Quizás alguien me hubiera, por fin, sorprendido, pero el miedo a la decepción me encalló entre las caras conocidas, que tan buena compañía nos hacíamos.
El viernes sólo pude ir a Litdelux. Manolo Martínez de Astrud estuvo locuaz y graciosísimo, con esa capacidad suya que tiene de hablar de las cosas con harta fina ironía y el resultado es mucho más ilustrador del fenómeno que cualquier teoría, por muy acurada que sea. Silvia Grijalba (directora del festival Palabra y música dedicado al Spoken Word) moderó la mesa y aportó con justicia sus comentarios. La jovencísima Elena Medel –admiradora incólume de Morrisey- estuvo al punto justo, agradable y atinada. Y Pere Guixa finísimo un par de momentos y desconcertante en otros. “En las canciones pop el amor siempre es una cuestión de desamor”. Tiene razón. Uno pudo recuperar, con cierta nostalgia, nombres como Joy Division, Derribos Arias, el Inquilino Comunista, Pulp y el gran Morrisey, líder de Los Smiths. Los que resultaros decapitados por la mesa fueron los canta-autores españoles, que en España –según dijeron- se perdieron con canciones protesta de guitarra monoacorde y almohada y ronquido de fondo, a diferencia de la tradición anglosajona que siempre ha contado con sus canta-autores (palabra demonizada por Manolo) en la vanguardia musical. Los grupos musicales citados se entroncaron con la charla del día siguiente, El hombre que susurraba a su camello, sobre la relación entre la literatura y la droga. La afilada sensibilidad y el coherente sentido crítico de Luís Magrinyà se complementaron con la sinceridad de Eva Paz, el humor constante de Miguel Ángel Martín (dibujante de cómics, entre otros, el genial Brian the Brain) y el airado tono denunciante de David González y dieron como resultado una mesa amena, clara, dispar y entretenida. Al final, si una cosa destaca en este congreso es la heterodoxia de las mesas, el humor y crítica que se destilan por doquier, y la naturalidad con la que se van sucediendo los intercambios de opiniones entre los ponentes y también con el público. Comprobé que la crítica que te hace reir en algún momento llega a saciar más una mente sedienta de una comunidad pensante que todos los expertos en la materia reunidos en un acelerador de partículas anti-mutantes. Lo peor: el sistema de microfonía que se comía la mitad de los enunciados. ¿Será cosa del “post”? Quien sabe…
+ info: http://www.bcn.cat/cultura/neo3/