ENTREVISTA
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En el mundo
físico real siempre tendemos a abusar del virtual (redes, relaciones online…) y
ahora que estamos confinados parece que añoramos el real. ¿Perderá prestigio la
relación virtual frente a la física tradicional o por el contrario se
reafirmará en un contexto de confinamiento?
En El ojo y la navaja: un ensayo sobre el mundo como interfaz (Arcadia
2019) describo los peligros de relacionarnos con la tecnología digital
conectada de forma irreflexiva, automatizada y, al final, sustitutiva de otras
formas de concebir la comunicación, la identidad o la socialización. Creo que
estos tiempos de confinamiento no solo han provocado un sobreuso de la
tecnología digital conectada (un ruido global insoportable), sino que en muchos
casos nos están generando un uso conciente de las herramientas, se cargan de
valor. Sería hipócrita y snob no verlo así, una misma está viviéndolo así. Mi
hijo de dos años me dice que quiere entrar en la pantalla para ver a sus
primos. Frente a la imposiblidad del contacto humano, de la experiencia
directa, solo nos queda la experiencia mediatizada (la experiencia vehiculada a
través de algún medio tecnológico), que no es lo mismo que la “experiencia
mediática” (la experiencia que nos dan los medios de comunicación). Es verdad
que la gente está echando de menos el contacto humano, pero sobretodo el poder
decidir sobre lo que uno hace o no hace, es o no es. De hecho, el confinamiento
separa lo que hacemos de lo que somos durante un período y nos obliga a
replegarnos hacia dentro y hacia nuestros seres más cercanos. Con mis alumnos
hacemos clases virtuales con programas donde nos conectamos todos juntos. La
conexión da paso a la comunicación, la relación virtual permite dibujar una
experiencia colectiva, nos sentimos parte de una comunidad. Su reacción ha
sido: más clases, más momentos compartidos con sentido. De alguna forma la
situación de ahora es muy elocuente, pienso en tres escenarios: 1) los que no
tienen que tele-trabajar tienen el tiempo, tienen las herramientas de
comunicación, pero también el dilema de qué hacer con todo ello. Este paso nos
lo habíamos saltado: cómo nos relacionamos con estas herramientas? 2) También
se está produciendo un abuso irreflexivo, está claro, e incluso la gente ha
hecho aflorar el “influencer” que llevan dentro, convirtiendo las redes
sociales en un espacio dominado por identidades dominantes (hombres blancos,
heterosexuales, clase media) haciendo cosas supuestamente graciosas o
aleccionando al público. 3) También hay un tercer modelo: los que, frente al
pánico económico y social de lo que está pasando, buscan una tele-terapia
transitoria para no pensar en las devastadoras futuras consecuencias. Los que
lo están perdiendo todo a tiempo real sin poder salir de sus casas (que son
muchos, no solo los empresarios, sino los autónomos que vamos viendo como
nuestra actividad laboral desaparece).
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¿Qué riesgo
corremos por exceso de dependencia de la tecnología e Internet?
Este riesgo ya existía,
son herramientas diseñadas para que seamos dependientes, generan adicción por
cuestiones muy diferentes y muy bien estudiadas por las tecnosociólogas y
tecnosociólogos (diseño, forma de socialización que promueven…). Para mí el
problema no es la dependencia de estas tecnologías, sino cómo las empresas del
capitalismo de plataforma están acumulando más poder del que ya tenían, y eso
no estaba previsto a tan corto alcance: Google-Youtube, Amazon (acaba de
anunciar la contratación de más de 100.000 nuevos trabajadores en Estados
Unidos), las teleoperadoras, Facebook (Wapp), Microsoft (Skype), Netflix…y las
grandes cadenas comerciales. El confinamiento nos está llevando a consumir a
través de estos monocultivos basados en compañías que funcionan como
plataformas de datos. Hay alternativas (Filmin, Zoo, Teatroteca, medios
especializados, los canales de muchas instituciones culturales, los libros
–imprescindibles-…), pero sobretodo se trata de que cuando pase esto podamos
recuperar el comercio de proximidad, la cultura de proximidad y una aproximación
responsable al consumo y a la política, votando no desde el castigo, la inercia
o el miedo, sino desde la certeza que aquellos que votamos priorizarán el bien
común, las lógicas distributivas, frente a la tendencia sociópata de los
mercados y de las políticas más reaccionarias. Cada uno deberá encontrar su
propio etólogo.
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En términos
de autoestima, de empatía ¿las redes nos permiten sustituir lo que nos da una
conversación cara a cara?
No soy experta en
autoestima o empatía, pero Sherry Turkle (autora de En defensa de la conversación) y la psicoanalista británica Gillian
Isaacs Russell publicaron un artículo en el que decían que algunos ya sueñan
que la inteligencia artificial y la robótica pronto podrán simular la
experiencia emocional y las consciencias de estar físicamente con otra persona,
como una intimidad artificial. Pero el confinamiento ha evidenciado que hay un
elemento que el cautiverio inhibe, y es el azar. En las formas de comunicación
humana hay un componente azaroso muy estimulante, atañe a lo progresivo, a lo
que está vivo. Sin eso no se puede ni tansolo pensar: el pensamiento es un
proceso en marcha, abierto. La inteligencia artificial no podrá emular lo
imprevisible. Lo que da miedo no es que la máquina se humanice, sino que nosotros
nos maquinicemos. Si la conversación se da cara a cara hay más elementos para
lo azaroso, pero las conversaciones online también generan autoestima y
empatía. La diferencia estriba en que las conversaciones no presenciales pueden
romperse sin motivo aparente, son más transitorias, no siempre siguen un
principio-desarrollo-fin, son más fragmentarias y corales. Hay fenómenos como
el ghosting que enuentran en la esfera virtual su mejor aliado. Esto nos hace
sentir vulnerables. Con el confinamiento la conversación virtual adquiere otra
dimensión: al no haber alternativa, ese uso interesado, conectivo, aleatorio,
es sustituido por una comunicación más buscada, más certera.
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Y en
términos de informarnos, ¿corremos el riesgo de ser arrastrados por el
algoritmo o sabremos buscar información solvente?
El espectro comunicativo
ha cambiado radicalmente. En las redes sociales y en algunos medios ofrecen
tele-terapia cultural u ofertas de contenidos de calidad mientras en los
canales oficiales públicos o generalistas privados prima la información sobre
la pandemia y las comparecencias oficiales. Ante un escenario tan monolítico
(poca diversidad informativa) el riesgo a ser arrastrados por el algoritmo no
es tan diferente al riesgo de crear una agenda setting (unas editoriales
mediáticas) reduccionistas y alarmistas. De hecho, la falta de personal
profesional y el momento excepcional que vivimos hace que no pueda ser de otra
manera. Ya no existen refugiados, ni la justicia, ni una monarquía fraudulenta…
Solo en algunos medios especializados online, y a duras penas en los medios que
hacen gala de “servicio público”, todos con unas plantillas a medio gas. Lo que
sí que es verdad es que los algoritmos están aprendiendo demasiado sobre
nosotros. Las consecuencias las veremos en breve, cuando tengamos una distancia
crítica, física y emocional suficiente.
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¿Hay riesgo
de ampliar brecha digital estos días?
Sí, claro, hay riesgo de
ampliar la brecha digital. Pero también la brecha salarial, laboral, cultural…