miércoles, 30 de diciembre de 2009

MUERE IVÁN ZULUETA


Este año nos han dejado seres extraordinarios (Ballard, D. F. Wallace...) y ahora le ha tocado a Zulueta. Podríamos estar días enteros hablando sobre qué nos pasó la primera vez que vimos Arrebato. Yo aún guardo el VHS, precedido del corto Leo es pardo. Tenía 17 o 18 años, era la época en que descubrimos la Nouvelle Vague (y con Godard nuestra "ligne de chance"), Antonioni (que el amor no es lo que parece), los dramas de Bergman, Cassavettes, el ojo de Bataille, el fast-forward, el punk-rock español, el indie de K7, que todos los gatos por la noche son pardos, los colegas, el coleguismo, el colegueo, las lecturas de libros que nunca nos darán en clase en la misma calle donde los gatos seguían siendo pardos, cada vez más pardos, la hipersocialización con lo bizarro para no socializar con lo social, el dejar de creer que a quien madruga Dios le ayuda, la apología del subsuelo (que es mejor que el undergroud), las madrugadas en blanco y negro y a Zulueta, también descubrimos a Zulueta. ¿Cómo se podía hacer aquello? Era maravilloso: relacionar-se con el mundo a través de la cámara. A partir de entonces era un sueño recurrente: el ser arrebatado por una cámara, de 35mm o de 16mm, da igual, siempre imaginando que en la vida tendría que haber muchas buenas y variadas formas de ser arrebatado. ¡Quiero ser arrebatado! El camino se ha andado, de Venus a Plutón. Hemos sido arrebatados, aunque la necesidad de encontrar y perfeccionar "puntos de fuga" sigue. Zulueta ha llegado al final de su película, nos ha sido arrebatado y es entonces cuando la memoria se abre con toda su fuerza y todo su hedor inunda esta habitación, demasiado estrecha cuando la muerte asoma la cabeza.

"Me transformo en fuga inmensa fuera de mí mismo, como si mi vida fluyese en ríos lentos a través de la tinta del cielo. Yo no soy ya entonces yo mismo, pero lo que ha salido de mí alcanza y encierra en su abrazo una presencia sin límites, semejante ella misma a la pérdida de mí mismo.", G. Bataille, El culpable

TEXTO DE ANXO CUBA en FEEDBACK-ZINE:
En estas últimas semanas se está resucitando la olvidada figura del diseñador y cineasta vasco Iván Zulueta, sobretodo con motivo de la muestra retrospectiva que se le dedica en su San Sebastián natal y del reestreno en algunos cines españoles de la que es su obra cumbre: Arrebato. Por todo ello creo que es un buen momento para poner nuestra atención sobre una obra tan vasta como versátil, siempre caracterizada por la radicalidad más extrema y por su exuberante modernidad.

Zulueta nace en el 1943 hijo de padres artistas (su madre pintora, su padre , uno de los impulsores del Festival Internacional de cine de San Sebastián). Su afición por el dibujo y la pintura se inicia en la infancia, época en la que inventaba dibujos publicitarios para las películas que anunciaba la revista americana Screen´s stories. Tambien en estos años descubre algunos de los temas que le obsesionarán a lo largo de su obra y que están presentes constantemente en sus creaciones: el mundo de los cromos, los cartoons de Walt Disney, los juguetes, las fotografías polaroid...todo un mundo de fetichismo kitch que sume al joven Zulueta en el "arrebato", ese instante mágico propio de la infancia en el que te quedas absorto con un objeto o una imagen y el tiempo parece detenerse, ese instante que algunos adultos con alma de Peter Pan intentan recuperar por medio de la heroína, un estado extático exento de responsabilidades en el que el sujeto no actúa sino que se limita a observar el mundo desde fuera.

Gran admirador de cartelistas cinematográficos de la época (por ejemplo Mac), estudia decoración en el Centro de Nuevas Profesiones de Madrid y más tarde se marcha a estudiar pintura y dibujo publicitario a la Arts Students League de Nueva York, donde entra en contacto con los movimientos de vanguardia más en boga en EEUU a finales de los sesenta. Sobretodo le influirá de lleno el pop art y el cine underground de autores como Andy Warhol, Jonas Mekas, Kennet Anger, Paul Morrisey...

A su regreso a España estudia en la Escuela Oficial de Cine y se instala en Madrid. Comienza una frenética actividad creadora como cartelista cinematográfico, trabajando entre otras para la productora El Imán de su amigo José Luis Borau. Realiza los carteles de Camada negra, Sonámbulos, El corazón del bosque, Maravillas, Demonios en el jardín, Laberinto de pasiones, Entre Tinieblas, ¿Qué he hecho yo para merecer esto?, Furtivos, Viridiana, Mi querida señorita, Asignatura pendiente, Ivanhoe, La jungla de asfalto, La señora Miniver, Solo ante el peligro, Simón del desierto y un interminable etcétera, al que hay que añadir los de sus propias películas y carteles-fachada para el cine California de Madrid y para el Festival de San Sebastián.

Además de su importantísima aportación al mundo del cartel, Iván Zulueta filma compulsivamente desde finales de los sesenta, rodando cientos de cortos en Super 8 (Mi ego está en Babia, A mal gama, El mensaje es facial, Aquarium...) y algunos en 35 mm (Agata, Ida y vuelta...). En su primer trabajo de difusión amplia, titulado El último grito, filma actuaciones musicales del programa homónimo que emitía TVE, del que era guionista. Este trabajo constituye el precedente del que será su primer largometraje Un, dos, tres...al escondite inglés (1969) un musical pop influenciado por las películas de Richard Lester con los Beatles, aunque siempre marcado por la personalidad de su director, el cual se encarga de realizar todo tipo de labores (dirección, guión, decorados, vestuario), siendo el resultado de una gran sensibilidad estética y desbordante sentido del humor. Hoy en día es una película de referencia en festivales de música mod, adorada por los seguidores de la estética sixty, aunque en su día se trató simplente de una práctica de fin de carrera, que Zulueta no pudo firmar por no tener todavía el título de cineasta (un problema sindical que hoy suena absurdo pero en la época no lo era ). De hecho lleva la firma de Jose Luis Borau, que en realidad sólo realizó labores de producción. En esta época Borau será quien anime y produzca los proyectos de Iván, multitud de cortos en super 8 y alguno en 35 mm como son Frank Stein(1972) y Masaje(1972). Estos cortos tuvieron muy poca difusión, algunos por su formato (sólo se proyectaban en los festivales de super 8 que proliferaron en los setenta) y otros por ser repetidamente secuestrados por la policía franquista. A mediados de los setenta Zulueta empieza a colaborar con el entonces productor de cine independiente Augusto M. Torres. De esa colaboración sale Leo es pardo(1976), un impactante cortometraje que se llega a proyectar en el festival de Berlín y obtiene un relativo éxito en España.

A partir de ahí Zulueta buscará productor para un largo más ambicioso, barajándose entre las posibilidades a una rica bilbaína deslumbrada por el encanto del cineasta, pero que no tarda en desencantarse del proyecto. Finalmente el proyecto sale adelante respaldado por Augusto M. Torres y el apoyo incondicional de los actores Eusebio Poncela, Will More y el director de fotografía Ángel Luis Fernández (presente en casi todas las películas españolas que gozan de un impactante trabajo fotográfico).

Después de un largo e inconstante proceso de rodaje (en el cual se parte de un cortometraje que se corresponde con la parte final de la película) va tomando forma una película a medio camino entre los experimentos propios del cine underground americano y el cine de difusión más comercial. La historia se construye por medio de constantes flashbacks y en ella se entremezclan distintas estéticas de acuerdo con la evolución de la historia, así como numerosos cortos en super 8 rodados por el propio Zulueta. De todo ello resulta una amalgama absolutamente coherente centrada en las fuerzas vampíricas del cine y de la droga, fuerzas entre las que oscilan los personajes (en especial el protagonista Jose Sirgado interpretado por Eusebio Poncela) y entre las que deberán escoger al final, con el objetivo de alcanzar ese nivel de trascendencia que es pasar "al otro lado".

La película destaca sobretodo por su impecable factura estética y su magistral uso del sonido, que actúa creando símbolos sonoros de refuerzo de la trama argumental (graznido de un cuervo en las apariciones de Will More, sirena de ambulancia en los momentos de tensión, cajas de música y sonidos de juguetes en pleno arrebato...). Además Zulueta redacta unos diálogos absolutamente personales cargados de un gélido humorismo sin parangón en ningún otro autor, reforzados por las diferentes modulaciones de los actores, que sufren mutaciones también cargadas de simbolismo (la heroína les envejece la voz y en el caso de Will More actúa como reflejo directo de los cambios en el personaje). En ninguna otra obra se entremezcla de tal forma la sordidez más áspera con el candor más infantil, hasta el punto de ser a la vez una película de terror y todo un canto naif a la ingenuidad.

Otro de los grandes atractivos de Arrebato, como bien señala Pedro Almodóvar es la sensación que consigue transmitir de que la película no es una simple ficción sino que hay algo inquietantemente personal depositado en ella, de que se trata de un intento de autoexorcismo de su director, de que el propio Zulueta deja su vida en cada plano hasta acabar vampirizado por la cámara (tal y como les sucede a los dos protagonistas). Más allá de todo el discurso teórico que pueda suscitar como obra que reflexiona sobre la relación cine-realidad (ver el número 10 de la revista Vértigo), Arrebato se nos presenta como una obra eminentemente humana.

La película pasa desapercibida para el público en el momento de su estreno aunque con el tiempo, gracias a su exhibición en circuitos paralelos llegue a convertirse en la principal película de culto del cine español, a pesar de sus escasísimos pases en televisión y del hecho de no estar editada en vídeo. La crítica la alaba unánimemente y personajes tan dispares como Jose Luís Garci o Julio Médem se manifiestan "arrebatados" por la película.

Tras realizar su obra maestra, Iván Zulueta atraviesa una etapa de serios problemas con la heroína a lo largo de la década de los ochenta, lo cual lo sume en una inactividad creativa (nótese que a diferencia de los protagonistas de Arrebato, el vampiro de la droga en su caso vence al del cine). Estas circunstancias lo hacen abandonar su proyecto de largometraje Dos y dos son cuatro y regresar a su San Sebastián natal donde realiza esporádicos carteles y compulsivas fotografías polaroid. En el año 1988 se instala de nuevo en Madrid y en el 1989 realiza para TVE un capítulo para la serie Delirios de amor titulado Párpados. El mediometraje plantea el tema de la simbiosis total entre dos gemelas, representadas por ambos espectros simbólicos como son Marisa Paredes y Eusebio Poncela, que actúan como imagen del amor y la unión de las gemelas . Todo esto sucede en dos plantas de un vetusto e imponente edificio madrileño que parece contener un desague a otra dimensión a través del techo. Se trata de un trabajo de impecable estética y planteamiento trascendente, cargado de humor y optimismo, todo un canto al amor y a todas las dualidades. La cinta contiene momentos impactantes como la fusión de los rostros de Marisa Paredes y Eusebio Poncela o la enloquecida y risueña Marta Fernández-Muro interpretando a un personaje muy similar al que dio vida en Arrebato.
En 1991 Zulueta realiza otro trabajo para televisión española titulado Ritesti (para la serie Crónicas del mal). En él observamos un simbolismo surrealista con tintes de género fantástico, basado en iconos oníricos clásicos como la luna, el pozo, el fuego...y en otros no tan clásicos que aporta Zulueta como los dulces con forma de cruz-corazón.

A largo de la década de los noventa su figura vuelve a cobrar cierta presencia inspirando gran cantidad de artículos y monografías como Iván Zulueta. La vanguardia frente al espejo, editado por el Festival de Cine de Alcalá de Henares. Asimismo, realiza carteles para producciones recientes como Ataque Verbal (2000) de Miguel Albaladejo o Leo (2000) de Jose Luís Borau. El programa Versión Española le dedica tres programas en los que recuperan sus trabajos para TVE, la librería ocho y medio edita el guión de Arrebato y, en definitiva, comienza a ser reconocido por una obra que, por sus propias características nunca podrá tener una gran repercusión de público. Todo esto lleva a Zulueta a plantearse la posibilidad de volver a rodar, siempre y cuando encuentre alguien que financie los costes y confíe en su obra. Esperamos que así ocurra y que el director de Arrebato nos depare unas cuantas películas más.

COLLAGE


En el suplemento cultural de la Vanguardia de hoy, el Culturas, salen los collages de una amiga, Gloria, su blog está lincado a este en el apartado de blogs que visito. Al lado de los collages han incluido un fantástico cuento de Alphonse Allais: Collage. Lo copio aquí en su versión original.

COLLAGE

Le Dr Joris Abraham W. Snowdrop, de Pigtown (U.S.A.), était arrivé à l’âge de cinquante-cinq ans, sans que personne de ses parents ou amis eût pu l’amener à prendre femme. L’année dernière, quelques jours avant Noël, il entra dans le grand magasin du 37th Square (Objets artistiques en Banaloïd), pour y acheter ses cadeaux de Christmas. La personne qui servait le docteur était une grande jeune fille rousse, si infiniment charmante qu’il en ressentit le premier trouble de toute sa vie. À la caisse, il s’informa du nom de la jeune fille.

– Miss Bertha.

Il demanda à miss Bertha si elle voulait l’épouser. Miss Bertha répondit que, naturellement (of course), elle voulait bien. Quinze jours après cet entretien, la séduisante miss Bertha devenait la belle «mistress» Snowdrop. En dépit de ses cinquante-cinq ans, le docteur était un mari absolument présentable. De beaux cheveux d’argent encadraient sa jolie figure toujours soigneusement rasée. Il était fou de sa jeune femme, aux petits soins pour elle et d’une tendresse touchante. Pourtant, le soir des noces, il lui avait dit avec une tranquillité terrible:

– Bertha, si jamais vous me trompez, arrangez-vous de façon que je l’ignore.

Et il avait ajouté:

– Dans votre intérêt.

Le Dr Snowdrop, comme beaucoup de médecins américains, avait en pension chez lui un élève qui assistait à ses consultations et l’accompagnait dans ses visites, excellente éducation pratique qu’on devrait appliquer en France. On verrait peut-être baisser la mortalité qui afflige si cruellement la clientèle de nos jeunes docteurs. L’élève de M. Snowdrop, George Arthurson, joli garçon d’une vingtaine d’années, était le fils d’un des plus vieux amis du docteur, et ce dernier l’aimait comme son propre fils. Le jeune homme ne fut pas insensible à la beauté de miss Bertha, mais, en honnête garçon qu’il était, il refoula son sentiment au fond de son cœur et se jeta dans l’étude pour occuper ses esprits. Bertha, de son côté, avait aimé George tout de suite, mais, en épouse fidèle, elle voulut attendre que George lui fasse la cour le premier. Ce manège ne pouvait durer bien longtemps, et un beau jour George et Bertha se trouvèrent dans les bras l’un de l’autre. Honteux de sa faiblesse, George se jura de ne pas recommencer, mais Bertha s’était juré le contraire. Le jeune homme la fuyait; elle lui écrivit des lettres d’une passion débordante:

«…Être toujours avec toi; ne jamais nous quitter, de nos deux êtres ne faire qu’un être!…»

La lettre où flamboyait ce passage tomba dans les mains du docteur qui se contenta de murmurer:

– C’est très faisable.

Le soir même, on dîna à White Oak Park, une propriété que le docteur possédait aux environs de Pigtown.

Pendant le repas, une étrange torpeur, invincible, s’empara des deux amants. Aidé de Joe, un nègre athlétique, qu’il avait à son service depuis la guerre de Sécession, Snowdrop déshabilla les coupables, les coucha sur le même lit et compléta leur anesthésie grâce à un certain carbure d’hydrogène de son invention. Il prépara ses instruments de chirurgie aussi tranquillement que s’il se fût agi de couper un cor à un Chinois. Puis avec une dextérité vraiment remarquable, il enleva, en les désarticulant, le bras droit et la jambe droite de sa femme. À George, par la même opération, il enleva le bras gauche et la jambe gauche. Sur toute la longueur du flanc droit de Bertha, sur toute la longueur du flanc gauche de George, il préleva une bande de peau large d’environ trois pouces. Alors, rapprochant les deux corps de façon que les deux plaies vives coïncidassent, il les maintint collés l’un à l’autre, très fort, au moyen d’une longue bande de toile qui faisait cent fois le tour des jeunes gens. Pendant toute l’opération, Bertha ni George n’avaient fait un mouvement. Après s’être assuré qu’ils étaient dans de bonnes conditions, le docteur leur introduisit dans l’estomac, grâce à la sonde œsophagienne, du bon bouillon et du bordeaux vieux. Sous l’action du narcotique habilement administré, ils restèrent ainsi quinze jours sans reprendre connaissance. Le seizième jour, le docteur constata que tout allait bien. Les plaies des épaules et des cuisses étaient cicatrisées. Quant aux deux flancs, ils n’en formaient plus qu’un. Alors Snowdrop eut un éclair de triomphe dans les yeux et suspendit les narcotiques. Réveillés en même temps, Georges et Bertha se crurent le jouet de quelque hideux cauchemar. Mais ce fut bien autrement terrible quand ils virent que ce n’était pas un rêve. Le docteur ne pouvait s’empêcher de sourire à ce spectacle. Quant à Joe, il se tenait les côtes. Bertha surtout poussait des hurlements d’hyène folle.

– De quoi vous plaignez-vous, ma chère amie? interrompit doucement Snowdrop. Je n’ai fait qu’accomplir votre vœu le plus cher: Être toujours avec toi; ne jamais nous quitter; de nos deux êtres ne faire qu’un être…

Et, souriant finement, le docteur ajouta:

– C’est ce que les Français appellent un collage.