(arrel dels comentaris d'Esperanza Aguirre sobre l'avortament)
FONT AQUÍ!
09.Mar.2012 Por Javier Gallego
Carta de un bebé no nato a los que quieren preservar su derecho a la vida limitando el derecho a decidir de su madre.
Estimados paridos (y en especial, querido ministro de justicia),
Les escribo en respuesta al interés que han mostrado por mi vida en fechas recientes por el cual estoy a la par agradecido y conmovido por su preocupación, ocasión que quería aprovechar para hacerles llegar la mía. Ya que ustedes quieren decidir por mi madre y dicen hacerlo en mi nombre, creo que es de recibo que les haga llegar mi opinión al respecto. Y después de meditar lo que me espera ahí fuera, no las tengo todas conmigo.
En primer lugar, tengo miedo de ser niña en cuyo caso tendré que currar el doble y ganaré la mitad y difícilmente podré aspirar a un puesto de responsabilidad aunque mi rendimiento universitario sea muy superior al de los chicos. Y si encuentro trabajo, cosa harto difícil con casi la mitad de los jóvenes del país en paro, probablemente lo perderé cuando se me ocurra la locura que ha cometido mi madre: tener un niño. En ese caso, me convertiré en una más de ese 82% de desempleados que han perdido el trabajo al tener un hijo y que son mujeres. O seré parte del 40% de mujeres que dejan de trabajar tras el embarazo, frente al 7% de hombres que lo dejan. Así que espero no ser niña. Al menos, sé que el presidente de los periodistas de Granada no se sacaría el cinto para pegarme en público. Si fuera un chico, ni se atrevería. Ni él ni tantos hombres como él.
Pero tampoco es que ser niño me tranquilice del todo porque tengo muchas posibilidades de que mis padres sean unos de los cinco millones largos de parados que van en aumento y en lugar de mirarme con amor, me miren como si fuera el estofado del almuerzo. Tampoco me tranquiliza pensar que si tienen trabajo, es muy probable que tengan un contrato como el contenido de mis pañales, o sea, una caca, y un sueldo de mi tamaño. Eso si lo conservan y no lo pierden con la reforma que ustedes aprobaron ayer y que podría poner a mis padres en la calle con más facilidad que la que yo tengo para echar la papilla. Y eso, si es que no están ya en la calle como el medio millón de desahuciados que ha habido desde que empezó la crisis en 2007, que eso de la crisis sí que está siendo un parto largo y lo único que nos da son abortos. A lo mejor mis padres tienen casa pero dejan de tenerla en 2015, cuando se calcula que habrán perdido la vivienda 700.000 hipotecados entre 2004 y 2008.
Suerte tendrían de haber disfrutado de una casa al menos unos añitos. Lo mío será otro cantar. Si supero la infancia, me esperan unos añitos de frío en la escuela pública, si es que aún sigue existiendo, aunque supongo que la policía amablemente tratará de paliar mi congelación y la de mis ideas con una buena somanta de palos que me hará ver con claridad que no soy bienvenido en mi propio país, que soy el enemigo. Así que si llego con la cabeza intacta para estudiar en la universidad y sacarme un título universitario, el doctorado y tres máster, me iré a Laponia a trabajar como un chino hasta que llegue a esa edad en la que a todos se nos ponen los ojillos como a ellos. Y me moriré entonces preguntándome qué sentido tuvo todo esto.
Por todo lo expuesto, agradezco su interés en que yo nazca, pero sinceramente, declino amablemente su invitación. No es que mi madre no quiera darme a luz, es que soy yo el que no quiere darse a luz porque por mucho que me alumbre, lo de ahí fuera está tan negro que no lo ilumina ni dios. Vayan ustedes solucionando la violencia estructural que me impide nacerme y ya si eso, hablamos.
Atentamente, bebé insumiso.