EL 3 de maig (divendres) estrenem al Cinema Truffaut de Girona LOS ILUSOS de Jonás Trueba amb la presència de Jonás Trueba i Isaki Lacuesta (21h). Deixo el full de sala que he fet.
(versió castellana)
TAMBIÉN DE ILUSIÓN VIVE
EL HOMBRE
Sobre “Los ilusos” de
Jonás Trueba
“Iluso”, de “ilusus” (“in” –estar dentro de-, “lusus”
–jugado-). El iluso es el que se hace ilusiones (engaños, irrealidades) y basa
su vida en estas pequeñas e (in)conscientes fantasmagorías. Un día el iluso
despierta y el círculo mágico desaparece: asoma la verdad de la realidad por
una esquina con sus crudas armaduras y el iluso pierde su aura y se queda
pasmado en estado inerte, como si hubiera desaprendido el nombre de todas las
cosas. Se puede ser un iluso toda la vida, se puede no llegar a serlo nunca, pero
lo normal es regresar a la “ilusión” de tanto en cuanto como una forma de
protección frente a la vileza que acecha fuera, de higiene mental, de salud del
alma frente a las corrientes de números y cálculos permanentes que colapsan
nuestro entorno.
“Los ilusos” es el segundo largometraje de
Jonás Trueba: sin guión, sin plan de rodaje, con colas de 16mm que sus amigos
Pedro Aguilera y Javier Rebollo le habían dejado, con una cámara que prestada,
con 22 días y muchos amigos. Esta docu-ficción autobiográfica hermosamente
rodada es un triple retrato amoroso con tintes fúnebres: es un ejercicio de
amor al cine, a una cierta forma de hacer cine y a una generación de “ilusos”.
Un ejercicio de amor al
cine
“Los ilusos” es, ante todo, una película de amor al cine, no
sólo por las referencias explícitas dentro de la película (Rivette, Tsai Ming
Liang, Ingmar Bergman o el libro que lee el protagonista –“La muerte del cine”
de Paolo Cherchi Usai), sino también por los nombres que resuenan tanto en el
plano de la composición formal y estética, como en el del desarrollo de algunas
secuencias (Garrel, Eustache, Mekas, Woody Allen, Fellini…-como recuerda el
crítico Carlos Reviriego-). Todos ellos nos enseñaron cómo hacer cine a toda
costa y con los seres y los momentos queridos, todos sabían que vivir era una
excusa para filmar la vida y reconstruirla “a su manera” (incluso se
auto-convencían de que al revés también funcionaba, aunque de forma más
imperfecta). El cine también se convierte en parte de lo escenificado: En un
momento, el protagonista lleva la chica al Pequeño Cine Estudio de Madrid; en la
secuencia, que podría salir de El camarógrafo de Buster Keaton, él mantiene una
conversación con el proyeccionista sobre la futura muerte del cine a manos del
digital. En otro momento, se ve al protagonista dando clases de cine, en
concreto, sobre la diferencia entre la comedia y el drama, recurso que aplica
en su propia película (sobretodo en los momentos cómicos). En un momento como
el actual en el que la migración al digital es una condición sine qua non de
las salas de cine, en el que se están registrando las cuotas más bajas de
espectadores en sala y en el que estas mismas salas tienen que cerrar por falta
de recursos y presupuesto (véase el caso de los Renoir), esta declaración de
principios de Jonás llega como una “confirmación” y como una señal de alarma de
un nostálgico anticipado.
Un ejercicio de amor a
una forma de hacer cine
En la película aparecen amigos, pero sobretodo amigos que predican
una forma diferente de hacer cine. En ella vemos a Javier Rebollo, Víctor
Iriarte o Fernando Navarro, los dos primeros claramente posicionados en un cine
al que algunos llamarán low cost, otros independiente, y lo que queda, al
final, es una forma de hacer cine libre de restricciones formales o
conceptuales. En el caso de la última película de Víctor Iriarte (“Invisible”)
y en “Los ilusos”, esto último es clarísimo. Para entendernos: hacer cine
independiente no significa hacer cine “a lo Sundance” (una película parecida a
las de Hollywood pero con menos presupuesto y sin estrellas). Hacer cine “de
forma independiente”, significa responsabilizarse intelectual, sentimental y
productivamente de todo el proceso de la película. En este caso, Jonás ha decidido
obviar las productoras y la mediación de una distribuidora, con sus condiciones
(a menudo asfixiantes), y distribuirla él mismo con sus propias reglas, de
momento: en La Cineteca de Madrid, en el Atlántida Film Fest de Filmin, en el
Festival Cinema D’Autor (1 de mayo) y ahora también en el Cine Truffaut (a
partir del jueves 2 de mayo). Referentes de esta forma de hacer cine hay ya
unos cuantos, para más información ver el artículo de Tonio L. Alarcón
“Conseguir Mucho, Gastar Poco” en la web de Miradas.
Un ejercicio de amor a
una generación
La película también es un ejercicio de amor a una generación
a la que muchos ya llaman “perdida”, esos treintañero (como yo) que crecimos
bajo el techo de los valores socio-culturales, el cuidado al medio ambiente y la
creatividad y la realización personal como horizonte de expectativas que harían
del mundo un lugar mejor. Todo esto eran “porquerías” implícitas en la
globalización económica que nos han pasado factura: hemos sido unos “ilusos”.
Aunque la generación que dibuja Jonás se aleja sensiblemente de muchos de sus
integrantes, sobretodo en lo que concierne a una cierta despreocupación social,
una refinería estética que pasa por pisos céntricos en la gran urbs madrileña y
amigos guapos (sobretodo ellas) y letrados y por un diletantismo que muchos de
nosotros perdimos rápidamente porque la bohemia no compaginaba con las
necesidades económicas (aunque muchos de los amigos generacionales pudieran
estar dentro de las estancias que Jonás filma con tanta delicadeza y contemplación
que se diría que esos “ilusos” han alcanzado un cierto estado de beatitud). Lo
que sí espejea por igual, es esta incertidumbre biológica (tener hijos: ese
futurible que se queda en enunciado), la inmadurez emocional reconfortada por
los amigos (esos döppelganger del alma), la oscilante apatía vital, una
sensibilidad especial hacia las artes low-fi y una cierta comunidad
estético-moral fruto de las horas invertidas en intelectualizar los días y en
burlar las noches, en medio de borracheras con amigos y/o amantes donde el
mundo era “aquel lugar donde todos los mundos eran posibles”. Fuimos los más
preparados para salir a comernos el mundo, pero no nos habían explicado
exactamente en qué consistía “este” mundo que se avecinaba en los 90’s.
Fallamos, pero ahora esta generación está enseñando a sus precedentes que
existen otras formas de hacer las cosas, en la vida y, en este caso, en el
cine. Una película puede acabar con una cita de Emily Dickinson y los hijos de
tu amigo (también cineasta) jugueteando frente a la cámara, una película puede
ser un acto de amor, “The End” un convencionalismo de la industria...y una
fiesta de un premio académico puede no ser nada sin tus amigos de toda la
vida.
TAMBÉ
D’IL·LUSIÓ VIU L’HOME
Sobre
“Los ilusos” de Jonás Trueba
“I·lús”, de “ilusus” (“in” –estar dins
de-, “lusus” –jugat-). L’il·lús és aquell que es fa il·lusions (enganys,
irrealitats) i basa la seva vida en aquestes petites i (in)conscients
fantasmagories. Un dia l’il·lús desperta i el cercle màgic desapareix: s’atansa
la veritat de la realitat per una cantonada amb les seves crues armadures i
l’il·lús perd la seva aura i es queda varat en estat inert, com si hagués
desaprès el nom de totes les coses. Es pot ser un il·lús tota la vida, es pot
no arribar a ser-ho mai, però el normal és passar per la il·lusió de tant en
tant com una forma de protecció davant la vilesa que aguaita fora, d’higiene
mental, de salut de l’ànima davant les corrents de números i càlculs permanents
que col·lapsen el nostre entorn
“Los
ilusos” és el segon llargmetratge de Jonás Trueba: sense guió, sense pla de
rodatge, amb cues de 16mm que els seus amics Pedro Aguilera i Javier Rebollo li
havien deixat, amb una càmera manllevada, amb 22 dies i molts amics. Aquesta
docu-ficció autobiogràfica hermosament rodada és un triple retrat amorós amb
deixos fúnebres: és un exercici d’amor al cinema, a una certa forma de fer
cinema i a una generació d’ “il·lusos”.
Un exercici
d’amor al cinema
“Los ilusos” és, abans de res, una
pel·lícula d’amor al cinema, no només per les referències explícites dins la
pel·lícula (Rivette, Tsai Ming Liang, Ingmar Bergman o el llibre que llegeix el
protagonista –“La muerte del cine” de Paolo Cherchi Usai), sinó també pels noms
que ressonen, tant en el pla de la composició formal i estètica, com en el
desenvolupament d’algunes seqüències (Garrel, Eustache, Mekas, Woody Allen,
Fellini…-com recorda el crític Carlos Reviriego-). Tots ells ens van ensenyar
com fer cinema a tota costa i amb els sers i els moments estimats, tots sabien
que viure era una excusa per filmar la vida i reconstruir-la “a la seva manera”
(fins i tot s’auto-convencien de que al revés també funcionava, tot i que de
forma més imperfecta). El cinema també es converteix en part d’allò
escenificat: En un moment, el protagonista porta la noia al Pequeño Cine Estudio de
Madrid; en la seqüència, que podria sortir de El camarógrafo de Buster Keaton,
ell manté una conversa amb el projeccionista sobre la futura mort del cinema a
mans del digital. En un altre moment, es veu el protagonista donant classes de
cinema, en concret, sobre la diferència entre el drama i la comèdia, recurs que
aplica en la seva pròpia pel·lícula (sobretot en els moments còmics). En un
moment com l’actual, en què la migració al digital és una condició sine qua non
de les sales de cinema, en què s’estan registrant les quotes més baixes
d’espectadors a les sales i en què les mateixes sales han de tancar per falta
de recursos i pressupost (vegi’s el cas dels Renoir), aquesta declaració de
principis de Jonás arriba com una “confirmació” i com un senyal d’alarma d’un
nostàlgic anticipat.
Un exercici
d’amor a una forma de fer cinema
En la pel·lícula apareixen amics, però
sobretot amics que prediquen una forma diferent de fer cinema. En ella veiem a
Javier Rebollo, Víctor Iriarte o Fernando Navarro, els dos primers clarament
posicionats en un cinema al qual alguns anomenaran low cost, altres
independent, i el que queda, al final, és una forma de fer cinema lliure de
restriccions formals i conceptuals. En el cas de l’úl·líma pel·lícula de Víctor
Iriarte (“Invisible”) i en “Los ilusos”, això és claríssim. Per entendre’ns:
fer cinema independent no significa fer cinema “a la manera de Sundance” (una
pel·lícula semblant a les de Hollywood però amb menys pressupost i sense
estrelles). Fer cinema “de forma independent”, significa responsabilitzar-se
intel·lectualment, sentimentalment i productivament de tot el procés de la
pel·lícula. En aquest cas, Jonás ha decidit obviar les productores i la
mediació d’una distribuidora, amb les seves condicions (de vegades asfixiants),
i distribuir-la ell mateix amb les seves pròpies regles, de moment: a La
Cineteca de Madrid, a l’Atlántida Film Fest de Filmin, al Festival Cinema D’Autor (1 de maig) i
ara també al Cine Truffaut (a partir del dijous 2 de maig). Referents d’aquesta
forma de fer cinema ja n’hi ha uns quants, per a més informació veure l’article
de Tonio L. Alarcón “Conseguir Mucho, Gastar Poco” a la web de Miradas.
Un exercici
d’amor a una generació
La pel·lícula també és un exercici
d’amor a una generació a la qual molts ja anomenen “perduda”, aquests
trentanyers (com jo) que vam créixer sota el sostre dels valors
socio-culturals, el respecte al medi ambient i la creativitat i la realització
personal com a horitzó d’expectatives que farien del món un lloc millor. Tot
això eren “porqueries” implícites a la globalització econòmica que ens han
passat factura: hem estat uns “il·lusos”. Tot i que la generació que dibuixa
Jonás s’allunya sensiblament de molts dels seus integrants, sobretot pel que fa
a una certa despreocupació social, una refineria estètica que passa per pisos
cèntrics a la gran urbs madrilenya i amics guapos (sobretot elles) i lletrats i
per un diletantisme que molts de nosaltres vam perdre ràpidament perquè la
bohèmia no compaginava amb les necessitats econòmiques (tot i que molts dels
amics generacionals podríem trobar-los en les estances que Jonás filma amb
tanta delicadesa i contemplació que es diria que aquests “il·lusos” han arribat
a un cert estat de beatitud). El que sí que s’emmiralla per igual, és aquesta
incertesa biològica (tenir fills: aquest futurible que es queda en enunciat),
la immaduresa emocional reconfortada pels amics (aquests döppelganger de
l’ànima), l’oscil·lant apatia vital, una sensibilitat especial cap a les arts
low-fi i una certa comunitat estètico-moral fruit de les hores invertides en
intel·lectualitzar els dies i en burlar les nits, enmig de borratxeres amb
amics i/o amants on el món era “aquell lloc on tots els móns eren possibles”.
Vam ser els més ben preparats per sortir a menjar-nos el món, però no ens
havien explicat exactament en què consistia “aquest” món que despuntava en els
90’s. Vam fallar, però ara aquesta generació està ensenyant als seus precedents
que existeixen altres maneres de fer les coses, en la vida i, en aquest cas,
també en el cinema. Una pel·lícula pot acabar amb una cita d’Emily Dickinson i
els fills del teu amic (també cineasta) jugant davant la càmera, una pel·lícula
pot ser un acte d’amor, “The End” un convencionalisme de la indústria...i una
festa d’un premi acadèmic pot no ser res sense els teus amics de tota la vida.
No hay comentarios:
Publicar un comentario