martes, 8 de julio de 2008

FESTIVAL SURPAS


El 19-20 de setembre amb l'Associació Cultural OKNO organitzem el Festival SURPAS -Cultura lliure i popular- a PORTBOU. Aniré informant de com avança aquest quixotada entranyable. De moment, el programa és molt bo. Penjaré la informació en breu pels amics que passeu per aquí, encara, malgrat la meva absència, i la de tants. He adjuntat una pintura que vaig fer de Walter Benjamin, que es va suicidar a Portbou à cause de la guerre. El cianur testimonia més històries que els estandards.

sábado, 26 de abril de 2008

NICK CAVE Y LOS BAD SEEDS EN BADALONA


Cuando llegamos al Polideportivo de Badalona había una muchedumbre de hombres y mujeres, la mayoría vestidos de negro, casi todos mayores de trenta años de edad, esperando poder entrar para ver la esperada actuación de Nick Cave y los Bad Seeds. Una vez dentro la espera fue insoportable: Cuarenta cigarrillos por metro cuadrado y los nervios a flor de piel. Aquello era un concierto para carrozas nostálgicos. Un chico le dijo a otro: “¿qué tal, tú por aquí?”, “sí, he dejado el chico y la mujer en casa, hoy he librado”, “tío esto es insoportable, de dónde sale tanta gente, esto es por tu culpa y sacarlo en la portada de la revista”, “sí, sí, ja, ja”. Al final salieron bajo una lluvia emocionada de aplausos. Empezaron arrolladores con canciones de sus dos últimos discos (Grinderman y Dig, Lazarus Dig). Pero enseguida llegó Red Right Hand y en la pantalla se proyectó un cielo nuboso: Ah, aquí están los bad seeds, las húmedas épocas de pozos insomnes, noches lánguidas y humores perros. A mí me coincidió con la adolescencia. Después del explosivo tema principal de Dig, Lazarus, Dig que lleva el mismo nombre (o quizás fue antes, porque no suelo recordar los nombres de canciones y álbumes), Nick nos habló de su madre, de que no le gustaba aquella canción, la imitó un breve rato, nos dijo que tenía 82 años. La gente reía cómplice, como si estuviéramos en una tertulia de café de miles de personas. Si alguien le gritaba algo desde la lejanía más remota él respondía prodigando humor y cariño. Los temas de los nuevos discos sonaron bien, quizás por falta de referencia. Me emocionó pensar que son justamente los que están ya de vuelta los que se atreven a hacer lo que no osan los jóvenes escépticos y desencantados de hoy: hablar de la vida y la muerte, atreverse con el amor, con los mitos de siempre, las calles de siempre, con lo mal que anda todo lo de siempre, y todo bajo portentosas guitarras, gritos y júvilo. ¡Cómo gritan esos cabroren cincuentones! ¡Cómo se mueven! ¡Qué coros! Esto es punk repeinado y encamisado, pero más fuerte que el punk, es rock & roll de guerrilla. Pero el tiempo pasa, y la voz se cansa, de ahí que los tema de siempre sonaran como un revoltijo pastoso a manos de comensales hambrientos: God on the superlow, Oh Deanne, Are you ready for love… Y como estábamos hambrientos y lo queríamos escuchar, bailamos hasta no poder más y escuchamos con el corazón para obviar las falsas notas, la voz rota. ¡Qué entrega! Y hablando de maullar mientras se canta, me viene a la cabeza una entrevista que le hicieron a Stephin Merritt, creador insaciable y líder de los Magnetic Fields. Le decían que en su último disco había desaprendido a cantar, a lo que él respondía que, en realidad, había dejado la bebida y había empezado a tomar conciencia del cante y a practicar de verdad. Es lo que pasa, a veces las adversas circunstancias de la vida son más favorables a la creación que las tomas concientes de decisiones y el trabajo. También el emponzoñado y heroinómano Nick, ha dado paso a otra cosa: su voz se ha calmado y recita más que grita con una contundencia nueva, el ritmo ha subido, las letras siguen volando. Nadie le pediría que volviera a sus demoledores dioses narcotizantes para poder gozar de sus canciones. El trabajo sí importa. La vida importa. Nick Cave nos brinda un Apocalipsis más sonriente. Hubieron dos bises, evidentemente los confundo. Tampoco sé si fue en el bis cuando cantó The lyre of Orpheus con la participación del público. En lugar de buscar el apoyo del público, intentó darnos a todos una experiencia de la música nueva. Ante el Oh mama! Todos respondíamos, Oh mama. Y aquello fue bonito. Lo que sí recuerdo es que en el segundo bis entró él con el teclado y empezó las cuatro notas iniciales de Into my arms y todo el mundo se volvió loco, luego se hizo un silencio sepulcral cuando empezó con el “I don’t believe in an interventionist God”. Y, evidentemente, todo el mundo cantaba “into my arms, oh Lord”. Quizás sean pocos, a estas alturas, que recuerden quién es el Lord, el Lazarus, el Orpheus. Y todo el mundo, tan metido en sus hábitos negros, como monjes que han perdido el candado del pozo donde escondían su Dios, cantó: “But I believe in Love”. Finalmente, el segundo bis, cuando él ya se había quitado la americana y desenfundó una camiseta negra y roja, fue el turno para la asincopada Supernaturally y, para cerrar, un hit de las Muder Ballads: Stagger Lee. El público aplaudía a todo, aunque no todo lo viejo sonaba bien, pura deferencia. Cuando presento a “Lord Warren Ellis” el aplauso no pudo ser más generoso. El público entendía que estaban ante un maestro y sus grandes secuaces, y que las cosas del pasado no siempre regresan vivas. Los maravillosamente nuevos Nick Cave y Bad Seeds pertenecen ya a otra vida. Será difícil, pero tendremos que aprender a empezar también con ellos de cero, como si nunca hubiera existido un Nick, un Warren, un yo…

jueves, 10 de abril de 2008

¿Quién fue Richard Stallman?


Richard Stallman, gurú ideológico del Free Software, padre fundador del software libre GNU/Linux, presidente de la Free Software Foundation e ideólogo del concepto Copyleft
La experiencia te dice siempre lo que tienes que hacer, de la misma forma las primeras impresiones son un resumen, quizás precipitado, de lo que va a acontecer en una relación. Esperar más de medio día a Stallman sin que apareciera fue un claro preámbulo. Que sus primeras palabras fueran “no oigo nada, estoy medio sordo”, las mismas que las segundas y las terceras, daba que pensar o daba la prueba de que no había nada sobre lo que pensar. Si la primera impresión fue la de la ausencia, la segunda la de la sordera, la tercera fue la de la clarividencia. Lo escuché discutir con ferma convicción sobre la implantación del software libre en las escuelas en un restaurante. El profesor de escuela que estaba sentado delante de él dijo ponerse en el papel del diablo para intentar ver mejor por qué no teníamos que usar el sistema operativo de Windows, entonces Stallman le respondió que no simulara ser el diablo, que lo fuera, y que si no lo era, que no lo pretendiera, que si decía la verdad, entonces no se entenderían, que si estaba mitiendo, tampoco. Me impresionó esa claridad que sólo he visto en algunos pasajes de los evangelios, cuando que Jesús se enfrenta a los fariseos, en el Tao, en Simone Weil, en cualquier diario escrito desde el frente bélico o en los aforismos.
Tal como funciona el lenguaje de la programación, Stallman responde a instrucciones concretas: cada situación tiene una forma determinada que pide unas respuestas determinadas. Si interfieren nuevas leyes (nuevos códigos) que desconoce, entonces se ofende y calla, o empieza a hablar rápido y pronunciando una misma frase diez veces seguidas, según la ocasión. Su expresión más recurrente para las cosas es: “eso es tonto”. Una de las primeras exclamaciones negativas que oí de él fue: “esto me pone muy triste, me enoja”. Su terminología es profundamente emocional, infantil, como en los cuentos de hadas, con sus amigos y enemigos, sus buenos y sus malos, pero su manera de estructurar las frases es eminentemente lógica. Aunque a veces un poco simplista, nada de lo que dice es superfluo. Aquella misma tarde le dije de coger un taxi para llegar a casa, él preferió el metro. Cuando estuvimos al pie de mi piso me soltó que tenía que haberle dicho que estaba tan lejos, que teníamos que haber cogido un taxi. Para mí no es lejos, si él aplica su criterio a todo, yo también aplico mi criterio a las distancias, y considero que una cuesta arriba de 200mts de la boca del metro no es lejos. Entonces el hombre se rindió medio muerto y antes de que continuara con su “no puede ser”, cogí todo su equipaje y lo subí los cuatro pisos. Preferí esto a que se muriera. Antes ya me había dejado creyéndome tonta con sus aforismos aleccionadores; un poco a la manera de los maestros budistas, por su rigor, también por lo que me recuerda a la figura del buda, con su panza prominente, su mirada inocente, su risa pícara, y su estar ahí sin necesitar nada y como si lo supiera todo. Después de ver su carro en el supermercado, lleno de gazpacho, fuet, te y patatas fritas de bolsa sólo puedo pensar en su panza prominente. Viéndolo pasear con su chaqueta lila, su paso tranquilo y su aspecto desaliñado el símil se pone del lado de la figura del homeless, pero no lo es: vive en mi casa, le pagan para que hable, a veces mucho.
También, pasadas las horas, pensé que su deseo de vivir en casa de alguien no era la aspiración filantrópica de aquel que quiere saber cómo vive la gente de aquí, ¡he aquí un hombre de mundo!, -pensaba-, sino el poder pasar por los sitios sin dejar rastro, anónimamente, al margen del ojo siempre vigilante del Gran Hermano: su única preocupación. Por la tarde me ofreció toda la discografía que había traído consigo, músicas de diferentes partes del mundo. Seguimos contradiciéndonos en los análisis musicales, él dándome la lección, yo cediendo, aunque él no supiera en castellano argumentarlo ni la terminología concreta. Lo dejé sorprendido cuando en un momento dado lancé algunas notas con una flauta que me trajeron de la Índia, una flauta que se toca de lado, una simple caña agujereada. Él reconoció que era un instrumento muy difícil, que él tocaba la flauta dulce y que admiraba los pájaros, sobretodo los loros, sobretodo si eran amigables y que quería conocer uno en Barcelona. Lamentablemente no conozco demasiados loros amigables, aunque sí bastantes cotorras. Contó que un día un loro quiso devorar su flauta. Me soltó cuatro bromas sobre el lenguaje, eran ingeniosas, pero no me hacían mucha gracia porque estaba en tensión, sólo sonreir. Me sorprendió que hubiera aprendido casi lo más difícil de una lengua extranjera: usar el lenguaje de forma creativa. Después comprobé que tenía almacenado en su disco duro toda la gamma de chistes posibles y que los iba repitiendo según la ocasión. La repetición no le da miedo, le da fuerza, es parte de la misión.
A pesar de todo, había un rumor de fondo que nos hacía soportarnos con decencia y amabilidad. Después de hablar sobre la música y lo bailable, teníamos que marcharnos y le dije “nos vamos!”, y él me respondió que no sabía bailar demasiado la música que sonaba (era un disco suyo de música popular Noruega). Le repetí, “te he dicho si nos vamos, no si bailamos”. Entonces fue el único momento en que los dos reímos a carcajada ancha, espontáneamente. La cena le complació, aunque casi se durmió con la cuchara en la boca, hasta que Enric y yo le contamos lo del sistema de Bicing y de control de huellas dactilares en la piscina, conversación que metió el día siguiente en su intervención. A las doce de la noche quería internet, bajamos al bar y su wi-fi no funcionaba en su ordenador. Se puso hecho una furia: “no comprendes, no comprendes, no comprendes”. Él tenía una misión. Intentamos localizar el vecino pero fue en balde, lo tranquilcé mientras pensaba que lo iba a matar, pero finalmente me bebí una cerveza con mi compañero de piso Enric quien, ante mi “lo voy a matar”, me dijo que también Wittgenstein y Russell se encontraron un par de veces, que no se soportaron y que nunca hablaron de ello. Me reí por la comparación con Wittgenstein, y me reí otra vez porque no me parecía el comentario más tranquilizador, pero consiguió despistarme de mi leve enfado. Entonces quedamos con Stallman que nos levantaríamos a las nueve de la mañana para ir a buscar internet, pero finalmente se levantó a mediodía con un tono más suave y amable. Yo, a la vez, en pie desde la nueve, estaba a la expectativa pero haciendo mis cosas. Para tener una misión tan importante, levantarse a mediodía no creo que le ayudara mucho, pero a mí me sentó muy bien. Bajamos a ver a los vecinos, unos estudiantes de antropología y consiguió, a través de su internet, importarse sus 400 e-mails que había recibido en un día. El vecino le dijo que lo había estudiado en la universidad, él le preguntó que qué le habían dicho de él, y Luca respondió que ya no se acordaba, que hacía mucho tiempo. Etnonces se dirigió a mi y me dijo que cuando pretendiera ponerlo en situaciones tan surrealistas, le avisara con anticipación, pero se rió, se rió mucho, con el nerviosismo propio de las situaciones inesperadas, y Stallman fue feliz, con su buzón lleno de mensajes para la misión. Toda la mañana trabajé con Bach, pensé que él y Mozart tranquilizan las fieras, él no conocía las cantatas, y le gustaron. De hecho casi no conoce nada de cultural general, aunque esto no es indicativo de nada. Yo me quedé encantada con su música de Java.
Más tarde comimos con Juan y una amiga de Stallman. Cuando se encontraron ella se puso eufórica, hablando con un inglés exagerado y con un aire algo lascivo, nacido de una admiración ciega y de lo que eso provocaba en ella. Se había vestido para la ocasión: botas de cuero, vestido vaporoso, carmín en los labios, chaqueta corta. Se mantuvieron abrazados, panza y pechos durante un rato, a un palmo de la cara, mientras seguían hablando, mientras ella le halagaba largo y tendidamente y él respondía con sus monosílabos y frases cortas. Yo seguía de pie mirándolos como quien mira un documental de sobremesa de animales exóticos. Yo debía parecer un insecto que invisibiliza su cuerpo cambiando de color para camuflarse con el entorno. Entonces entendí que yo no fuera carne o santo de su devoción, con mis distancias, modales cordiales y silencios prudentes. No dije nada pero la cena se prodigó con conversaciones muy interesantes y gestos amables.
Por la tarde el Hall del CCCB se llenó. Aquello fue un éxito, todo el mundo estaba contento y todos se mostraban respetuosos, como si asistieran a una misa. Él dio todo lo que podía dar, y fue mucho, aunque faltaron detalles técnicos sobre el software libre, pero tampoco era su intención darlos. El principio en el que se basa su programa, esa apología clara y radical de la libertad del individuo en una época donde parece que todo el mundo está bajo sospecha y atado umbilicalmente al invisible ojo del Gran Hermano, es ineludible y necesario. La manera como defendió su postura fue impecable, no se contradice nunca en nada, pero porque omite mucha información, porque su discurso nace del integrismo radical y su prédica sólo gira entorno de su enfoque del tema, en realidad muy unívoco, sin matices y con pocos interrogantes, y el tema, en verdad, muy concreto: el sistema y modo de ejecución, modificación y distribución libre del software. Si se hubiera discutido esa “pretendida” libertad desde otros puntos de vista, su discurso no nos hubiera parecido tan immaculado y sin fisuras. Hablar sobre la libertad en relación al software implicaría también hacer una valoración sobre esclavitudes y potencialidades de la racionalización técnica de la existencia de nuestra sociedad. Aunque quizás esto ya no le toque a él y salir del marco propuesto ya estaba desestimado de entrada. Es lo que pasa con los predicadores integristas, no podrías quitar ni añadir nada de su discurso sin que su totalidad tambalease, y para que no tambalee lo mejor es no salir del forjado cerco. Aunque su discurso está lejos de tambalear. Las preguntas aún nos encallaron más en el cerco, aunque hubo alguna que se merecía más detalles y otras menos espectáculo.
Otra cuestión a tener en cuenta es que es difícil imaginar que un tipo que convive encerrado en su jaula virtual sin considerar ningún otro tipo de interacción humana predique el evangelio de un nuevo humanismo ciberespacial, una nueva confraternidad cibernética. ¿Dónde está en él lo humano? Quizás sólo en su discurso, pero también en su sacrificio. En la medida en que yo he ido obviándolo, han llegado las gracias por algunos servicios ofrecidos como amfitriona, también los pedos en directo, gajes de la confianza. Pero también porque una ya nada espera ni exige. Ha empezado a apreciar ciertas cosas, como un disco del grupo psicodélico brasilero de los años 60 Os Mutantes, el te, el plato en la mesa. Pero no es un empezar, en él ninguna relación puede empezar ni terminar si no es dentro de su misión. Sus pocas ganas de comunicarse hacen que todas las preguntas que le formularía, todas las cosas que le explicaría queden rezagadas a silencios forzadamente indiferentes. No es nada pesada la convivencia con él, porque casi no llega ni al punto de la convivencia.
La misión puede ser imprescindible, pero el gurú de la misión, sin la cual ésta desaparecería, quizás, a veces, decepcione. Entonces, cuando escuchas preguntas en un auditorio relleno como: “¿y qué pasará cuando tú te mueras?” Me doy cuenta de que la misión no está siendo comprendida de verdad. ¿Se puede predicar sin que, inevitablemente, los feligreses sientan esta relación idolátrica con el portavoz de la secta? Si queremos quedarnos con algo de Stallman, que sea el hecho de haber encontrado el por qué de su existencia y de haber respondido a él hasta el límite (un límite); después la voluntad y finalidad de su mensaje, y, finalmente, su mensaje, pero diría que no con todo, puesto que tiene que digerirse, como una buena comida, para comprobar el efecto y las inevitables falacias que contiene cualquier sistema integrista. También está la decepción de los feligreses, que aplauden cuando el gurú critica a los Estados Unidos, pero que no dicen ni mu cuando pone en duda el funcionamiento de la vieja Europa (y quizás aquí entendría más el aplauso, por proximidad cultural). ¿Podremos llegar a hacer las cosas por simple y pura convicción o necesitaremos siempre esta identificación malévola y precaria con un líder que, al fin y al cabo, es sólo un ser humano?
Voy a regresar a casa, que Stallman aún me espera, quizás para que le dé de cenar, quizás para seguir coreografiando nuestros habituales silencios. Llego y no está, aparece a medianoche. Se tira un pedo, se desabrocha su camisa desenfundando su barriga enorme y hablamos de la logística de mañana. Lo acompañaré a la estación de Ferrocarril, quizás no, para que de una charla en la UAB. Le dejaré su equipaje en el CCCB y con el mapa que le he dibujado para que se oriente, lo mandaré de vuelta a casa. Mientras termino de escribir esto, viene y me recomienda el restaurante donde ha comido y se despide con un dulce y soñoliento “hasta mañana”. Quizás, con más días, incluso hubiéramos podido empezar a entendernos. Quien sabe.

viernes, 28 de marzo de 2008

Mery Cuesta y Eloy Fernández Porta presentan...


Duchamp en su retrete

Quizás el mejor título para lo que voy a contar sea: "he visto un caracol deslizarse sobre el filo de una navaja". Y en su momento a eso lo llamamos arte. Pero ahora, nada sabemos ya ahora. Quizás sea demasiado tarde. Llegué a la Sala d'Art Jove de la Generalitat de Catalunya, está en el fondo de un pasillo que da miedo, con sus tonos ocres, sus rejas firmes, su hedor burocrático. Afuera, mientras espero, está Eloy Fernández Porta, llega, enjuto, como un cadáver exquisito que sabe que ya no puede morir, con tensión en la mandíbula y olfato sediento de algo en la mirada. Ellos esperan, yo entro en la sala blanca. Veo un ordenador y dos personas, una de ellas, Mery Cuesta, comisaria de la exposición, batería punk y crítica de arte. Pelo oxidado, escote rojo, diente sonriente y roto. Las medias de rejillas, la falda a cuadros y las botas peleonas casi son lo de menos, lo importante es el gesto. Cuando empiezan a hablar en la sala ya hay algunas personas más. El ambiente es grato, simpático. La exposición se llama “Descàrrega discogràfica” y en sí no me emociona demasiado, pero el planteamiento es amable: 5 piezas de 4 artistas alrededor de la relación que mantiene una generación determinada (la nacida en los ochenta, as myself) con la música. Se hace una apología del muro, como si ni China ni Berlín hubieran existido. Para el arte actual ni China ni Berlín han existido. Se habla del muro, pero uno se olvida de Lascaux, la Capilla Sixtina, claro que ahora es otro el mensaje que se inscribe, aunque siempre se trate de “lo que da de comer”, también a nuestra alma necesitada de imágenes y otros garfios. Se habla del apogeo actual del muro en el arte contemporáneo, y es cierto, la gente pinta graffitis dentro de los museos mientras, afuera, en la calle, si se intenta lo mismo, uno se arriesga a pasar la noche entre rejas. Lo cual denota que del Arte ya sólo queda la ley que lo ciñe, la mano que lo regenta. Se habló también de comunidades musicales, de la reapropiación de materiales diversos en un sentido más cercano a la reconstrucción que al pastiche. Eloy sacó de la manga Adornos, Zizeks y otros. Mery, MacCarthys, Mias y el manga. Ambos, saltando ágil y fecundamente como la liebre de Pascua, de un concepto a otro, de una asociación a otra, como la liebre de marzo, pero sin comunidad a la que redimir, sin ganas de redimir a nadie. La inteligencia de Eloy es brillante, pero se pierde en ella como en un coito auto concebido. Las intuiciones de Mery son fuertes, pero a veces les falta el vocablo que lo tiene que vehicular. Me encantó escucharlos en directo, y eso es una mera opinión, a ellos, que las cosas les van bien, que sufren como el más triste de los perros, que llaman a ese grito (o a otro) contracultura y que aparecen en los periódicos o en los imaginarios de los culturetas como los tipos más in de una ciudad que se hunde por su propio peso y que vive tanto de sus sanguijuelas especuladoras como de sus quijotescos provocadores. Escoger por escoger, escojamos estos últimos, si es necesario a ciegas. Y si son los dos anfitriones de ayer, vamos más o menos bien. Lo único que quedó pendiente fue salir del cubo blanco para entrar en la madriguera de la noche, como Alicia, para poder decirse las cosas que quedan estranguladas por el escrúpulo y el bajo continuo del capital de fondo que mece la Cultura, allá donde la haya. Y todo lo que queda pendiente: Regresa. Como decía la Lispector: A veces, la vida, regresa.

sábado, 23 de febrero de 2008

LO ÚTIL DE LO INÚTIL: PARA UN MODELO DE INVESTIGACIÓN BASADO EN LA CREATIVIDAD ETICA

(*Este discurso lo presenté el viernes 22 de diciembre en un congreso sobre Humanidades en la UPF de Barcelona)

Todo empieza con una pregunta. Volvamos pues a la pregunta inicial que se proponía como emblema del congreso, sobre “la interpretación y el lugar ético del intérprete o investigador a la hora de acercarse a un texto, un hecho o un discurso ajeno desde su propia persona y presente en el ámbito de las Humanidades”. Porque, al fin y al cabo, es esa pregunta el hilo conductor que nos une a todos aquí. Intentaré, en ese precario lapso de tiempo, no dejar de apuntar a la pregunta ni al resumen que presenté no tanto con la intención de mostrar el resultado de mi trabajo de investigación, sino como manera de buscar una oportunidad de diálogo, una llamada que me obligara a pensar sobre lo hecho y a pensar a secas. Un ejercicio de meditación y reflexión que pretendía dejar por momentos este automatizado estado de opinión en el que invertimos cotidianamente todas nuestras fuerzas, emociones y pensamientos. Este texto se presenta casi como una carta, en el sentido en el que lo expone Foucault, “como una apertura de sí que se da al otro”.

I. El investigador

Al título rimbombante de “lo útil de lo inútil: para un modelo de investigación basado en la creatividad ética” añadí el subtítulo “o sobre el hecho de que la búsqueda del lenguaje –el “cómo”- desde el cual abordar la investigación, atañe al investigador como aspecto fundamental de la investigación misma”. De eso se trata, pues, de encontrar la manera de decir las cosas, de nombrar eso Otro, aquello que es familiar y extraño a la vez, aquello que buscamos porque de un modo u otro ya hemos reconocido, que lo extrañamos como extraño y como echado en falta, que lo desconocemos porque queremos conocerlo. Así empiezan las aventuras que más tarde solemos recordar, con la aparición y deseo de eso Otro, así se toman las grandes decisiones, y así se tendría que escoger un tema de investigación: Por un deseo íntimo de llenar un vacío conceptual y emocional, es decir, por pura necesidad y es que, como dijo María Zambrano, “sólo a través de las necesidades encuentra el hombre su libertad”. ¿Y qué es este continuo relacionar-nos con las cosas y el significado que les damos a continuación sino un intento vagamente disimulado de liberarnos, para empezar, de nosotros mismos? Y, a la vez, de liberar a la pregunta del silencio opaco que la esconde desde un hablar que nombre, ese nombrar que, siguiendo a Heidegger, es un “llamar las cosas a la palabra”. Rilke, aplicándolo a la tarea del escritor, lo resume: “Sólo hay un medio. Entre en sí mismo. Investigue el fundamento de lo que usted llama escribir; comprueba si está enraizado en lo más profundo de su corazón; confiésese a sí mismo si se moriría irremisiblemente en el caso de que se le impidiera escribir. Sobre todo, pregúntese en la hora más callada de su noche. ¿Debo escribir? (…) Después, aproxímese a la naturaleza e intente decir como el primer hombre qué ve y experimenta, qué ama y pierde”.
Aparte de la necesidad a la hora de decidirse para un tema de investigación u otro, estaría el tema de la pasividad: El investigador tendría que ser un instrumento al servicio de la investigación, tendría que ser, no algo neutro como se viene aún postulando desde la ciencia (a pesar de los cuánticos), sino algo atento y pasivo. La vieja metáfora del instrumento musical sigue siendo la más adecuada: uno tiene que vaciarse para crear un vacío y dejar pasar la voz, pero a la vez uno tiene su pasado y su morfología presente, lo cual producirá un sonido único que nada tiene que ver con el ego sino con su desaparición. Es decir, uno tiene que poner a la retaguardia sus conocimientos, juicios y memoria, para poder para dejar espacio a eso Incógnito que nos aguarda dentro de un texto, una obra o un tema en cuestión. Porque, si ya todo lo sabemos de antemano, ¿para qué cursamos el camino? Precisamente en ese regocijo eufórico y egótico se quedan muchas de las investigaciones científicas: En el haber hallado la respuesta casi antes que la pregunta, las conclusiones del experimento antes de su finalización para poder tener más artículos, prestigio, en definitiva, financiación. Pero las Humanidades son sedientas, y en sus investigaciones casi nunca se llega. Las diferentes interpretaciones sobre textos y obras de distintas épocas dialogan y se complementan. Debemos seguir buscando, pues, tomarnos nuestras lecturas y autores como lugares de tránsito, porque, como lectores, incluso como escritores pero de diferente manera, en los textos estamos de paso, en continuo movimiento de extranjería, tomando el término de Deleuze, de “desterritorialización”. Y si están allí no es para que nos quedemos en ellos, sino para ser mutuos acompañantes de un largo camino interpretativo. El poeta Paul Celan se preguntaba: “¿Se recorren, cuando se piensa en poemas, se recorren con los poemas tales caminos?¿Son esos caminos sólo caminos de rodeo, rodeos de ti a ti mismo?”. Y se responde: “Son también, sin duda, entre tantos otros caminos, caminos en los que el lenguaje encuentra su voz, son encuentros, caminos de una voz hacia un tú que atiende”. Un poco a partir de este texto de Celan, decir que lo maravilloso de los textos y las obras, a diferencia de cualquier análisis, es que en ellos se encuentran no sólo descripciones e ideas de cómo un ser representó su aprehensión de “lo real”, sino también aquellos momentos de suspensión del juicio, aquellas “pausas de aliento” como diría Celan, instantes en que la cabeza se para y sólo habla el corazón, o ni tan solo el corazón, sino el martilleo incesante del no poder parar de decirse uno mismo “estoy aquí” como respuesta a la pregunta constante que se pone el hombre cuando se queda a solas con su conciencia: “quién soy y qué hago aquí”. Estos pasajes tatúan el pálpito funerario, y a la vez esperanzador, del existir de un ser en el tiempo que queda abandonado a la desolación de la primera y última pregunta. Cuando asistimos a eso, ¿no sentimos una cierta vergüenza e injusticia en hablar de esos autores de forma tan taxativa, simplificada y con un frío análisis semejante al que el entomólogo hace cuando observa su colección de insectos?
Cerrando el paréntesis y siguiendo con la cita de Celan, cabe decir que ese contenido ignoto al que te enfrentas, va esclareciéndose en la medida en que encuentras el lenguaje con el que lo expresas: “caminos en los que el lenguaje encuentra su voz”, decía el poeta. Esa sincronicidad, juntamente a la necesidad y pasividad ya mencionadas, hacen que quién salga transformado sea el investigador. Pues, al final, ¿qué se espera sino salir transformado, mejorado, de ese tipo de experiencias inmersivas y de larga duración, esas relaciones amorosas? Quizás sea la única manera de ser justos con ellos, emulando simbólicamente el vía crucis por el que pasaron en sus procesos creativos a través de nuestro deseo de comprensión, de inmersión. Quien lo hace por puro anhelo de especialización o acumulación de información se pone en el papel de la crítica y no de la investigación, que tendría que ser un diálogo a corazón abierto, y eso no tiene que ver con el sentimentalismo, ni el gusto, sino con la ética. Hasta aquí el investigador, ese ser faltado que parte de la atención, la pasividad, la necesidad y la búsqueda constante de la manera de decir las cosas que encuentra y, a veces, cuando se ha fracasado, las que había esperado encontrar.

II. La investigación: lo útil de lo inútil

No podemos separar la investigación del momento que nos ha tocado vivir, aunque sea para alejarnos de él. Todo intento de pensar alguna cosa es ya una “ecología”, el intento de construir, habitar un mundo. La misma comunidad de investigadores se encuentra dentro de un contexto socio-económico y cultural que sitúa el conocimiento en una esfera completamente utilitaria y mercantilista. En un mundo donde la economía se plantea a escalas globales, donde la cultura se desarrolla en la esfera del mercado, donde la ciencia se deja caer a los brazos de las grandes corporaciones y el conocimiento deviene cada vez más parcelado bajo el auspicio de esta misma ciencia y el mito del progreso, cada vez se hace más necesario reivindicar un lugar inviolable que pueda ser habitado sin el imperativo de la “utilidad”. Un lugar de intercambio de conocimientos y relaciones con tal de orientarnos mejor en nuestra existencia en el mundo, con tal de llevar salud a la existencia y al mundo a la vez. Ésta tiene que ser la “útil inutilidad” de las investigaciones en Humanidades.
Para empezar decir que lo “útil” no deja de ser un término que nace en un contexto determinado con el advenimiento de la racionalización de la técnica. Para el hombre neolítico la piedra de tajo no es útil, sino que es parte de su existencia, le permite sobrevivir. Lo útil entra en juego cuando se empiezan a pretender resolver necesidades inmediatas, constantes y ficticias (necesidades que genera el mismo sistema socio-económico). Y en la cultura también es así.
Por eso mismo, a la hora de enfrentarme con la tesina que llevaba por título “El relato autobiográfico confesional en el siglo XX”, decidí hablar de algo tan “inútil” y tan universal como son las estrategias de construcción del si-mismo en una situación de pérdida de identidad mediante el lenguaje a través del análisis de 4 “confesiones” del siglo XX: El libro del desasosiego de Pessoa, La carta al Padre de Kafka, El culpable de Bataille y Compañía de Beckett. Estas autobiografías confesionales pusieron orden y sentido a mi propia autobiografía invirtiendo la cuestión de cómo afectaba el investigador en la investigación. Toda investigación, por lo tanto, obra sobre el investigador y lo transforma, es la única manera de convertir la “inutilidad práctica” (de acuerdo con la era tecnocrática que vivimos) de este tipo de conocimiento en algo “necesario”.
El tema, la “confesión”, invitaba a un planteamiento del lenguaje nuevo: Las palabras, tal como hacían los autores cuando se enfrentaban con su propio proceso de “recuperación de la salud del alma a través de la escritura”, tenían que nacer. Ya no eran un vehículo, sino un fin en sí mismo. Un frío análisis formal no hubiera sacado el fruto de los textos, era preciso participar de todo aquel rico universo semántico nacido de un ser-de-lenguaje y para-el-lenguaje, con sus símbolos, sus repeticiones y sus particulares de base. Los autores no sólo volvían a nacer del re-decir sus vidas (re-citer como diría Ricoeur, en el sentido de “relatar” y “reencontrarse”), no sólo construyeron unos textos maravillosos que siguen aquí para nosotros, sino también todo un vocabulario que no consta en ningún diccionario más que en el de sus almas. Por eso Pessoa dice que las palabras son “sensualidades corporadas”, que le gusta perderse a sí mismo en ellas como algo que se tiene que penetrar y recorrer, como la geografía de su país. Por eso él no dice palabras, sino que “palabrea”, por eso no es que la vida sea absurda sino que nosotros “absurdamos” en ella, por eso no nos convertimos en otro sino que nos “otramos”. Para él la gramática es un instrumento y no una ley y cada uno tiene que encontrar su manera de utilizarlo y pone un ejemplo: “Supongamos que veo delante de nosotros una chica de maneras masculinas. (…) Yo diré ‘aquella chico’; violando la más elemental de las reglas de la gramática, que mana que haya concordancia de género y número entre el sustantivo y el adjetivo. Y habré dicho bien; habré hablado de forma absoluta, fotográficamente, lejos de la vulgaridad, de la norma, de la cotidianidad. No habré hablado: habré dicho”. Porque decir es renovar como dice él. De hecho el acto creador “nacería de la necesidad de reparar un objeto perdido, un objeto amado, que se convierte en símbolo interior permanente”. Es entonces cuando la obra repara colmando esa carencia y es por eso que Pessoa puede afirmar: “Me he olvidado de quién soy; no sé escribir porque no sé ser”. Lo mismo en Kafka. En una de sus cartas a Felice le dice que sus historias son él, y es gracias a ellas que tiene la mínima fuerza para continuar. Dice: “En el fondo, mi vida consiste y ha consistido desde siempre en intentos de escribir, por lo general malogrados. (...) Noto cómo una mano inflexible me va sacando de la vida cuando no escribo”. Por culpa de su padre, Kafka dice que se olvidó de hablar, por eso tiene que aprender a hacerlo de cero o, utilizando un término suyo, “desaprender” la vida que ha vivido hasta ahora. Para él no se trata de hacer palabras, sino de ser congénito a su ellas. Desaprender también en el sentido en el que lo utiliza Foucault cuando dice que “’Desaprender’ es una de las tareas importantes del cultivo de sí”. Pero este “desaprender” es a la vez un “dotar al individuo de las armas y del valor que le permitirán batirse a lo largo de toda su vida”. Y cuando no se poseen estas armas, construidas desde uno mismo y para uno mismo, entonces no se puede ser, de hecho, la falta de capacidad para escribir es un signo representativo de la imposibilidad de vivir su propia existencia. Cuando el punto que representas en el tiempo y en el espacio no deja de temblar, la escritura no puede, sino, balbucear. Por eso dice Kafka en una de sus cartas a Felice: “¡Ojalá pudiera escribir, Felice! El deseo de hacerlo me está quemando interiormente. Y ojalá tuviera, antes que nada, suficiente libertad y salud para ello. Creo que no has comprendido bastante bien que el escribir constituye mi única posibilidad de existencia interior. No es de extrañar, siempre lo expreso mal”. Para Beckett todo lo que ocurre son palabras. Dice: “soy todas esas palabras, este polvo de verbo, sin suelo en el que posarse, sin cielo en el que disiparse”. El extremo balbuceo llega en las prosas tardías, como en el relato “Para acabar aún” de Detritus. Sirvan como ejemplo esas dos líneas: “Cráneo lugar último oscuridad vacío dentro fuera hasta pronto o poco a poco ese día plomizo paralizado al fin apenas levantado”. A todos esos ejemplos me refería cuando he mencionado el planteamiento nuevo del lenguaje al que invitan esos textos.
Si para Deleuze la filosofía es el arte de fabricar conceptos, la literatura sería el arte de fabricar palabras, de hacer algo con ellas y, a la vez, de hacerse en ellas. La investigación no debe ser inmune a eso. Pero para que esto ocurra es necesario tener una experiencia del texto, condición sine qua non para que haya conocimiento, y toda experiencia no puede darse sino en el tiempo y gracias a él. El factor “tiempo” es lo que imposibilitó poder abrir esa “dimensión lingüística que damos a la dimensión temporal de una vida” a la que apela Ricoeur, es más, imposibilitó abrir esa dimensión existencial que damos a la dimensión lingüística de una vida. Si, como dijo Derrida, “la escritura nace con la agricultura, a la que acompaña la sedentarización”, ¿qué tipo de escritura puede nacer de una mirada completamente acelerada y nómada? Me refiero al actual nomadismo, quizás inmóvil, al que asistimos diariamente: esa ingesta incontrolable de signos y mensajes de todo tipo, ese entrecruzamiento frenético de espacios virtuales que nacen con las nuevas tecnologías de la comunicación, esa multiplicación de acciones que necesitas para sobrevivir en el contexto socio-económico actual. Alguien quizás piense, ¿en qué afectará todo eso a lo que se está hablando aquí? Pues en este contexto presentado, las palabras se crean y existen de otra manera y está claro que, a partir de eso, ya no se puede leer ni escribir igual. No es mejor ni peor, pero es diferente. En la era de la “información” se exige una rapidez de comprensión y de producción tal, que no da tiempo de volver a sembrar el campo ni de que éste madure (cogiendo la metáfora derridiana). Uno es llamado diariamente a renovarse y a renovalo todo, teoría y praxis incluidas. La falta de tiempo hace del tiempo una falta, que, según Ricoeur, no es más que una desviación, un extravío, una relación dañada. Y así salió también dañada mi relación con el trabajo de investigación: el lenguaje ni se neutralizaba ni se expresaba y lo que yo había hecho de mi tiempo volvía a ser un paso intermedio para algo que seguía aún a la espera. Una vez presentada la investigación ante el tribunal me encontré con una criatura que ya no reconocía como mía. De hecho, lo que no reconocía en ella era la voz inscrita que, lejos de ser “la condición de posibilidad de experimentarse el ser uno mismo” (como dice Gabilondo), denotaba solamente premura, embriagamiento de lecturas mal digeridas y el no haber sabido apartar los helechos del camino para que se pudiera ver algo con un mínimo de claridad. Aunque quedaban las intenciones y el anhelo firme de que se abriera esa dimensión existencial que damos a la dimensión lingüística de una vida.
Eso sólo es posible si uno está muy convencido de lo que tiene que decir, si ha encontrado su “cómo” decir aquello que no puede dejar de decir. Cada situación pide un “cómo” particular para cada individuo concreto, por eso que nunca se llegue, por eso la necesidad permanente de una ética que siempre se renueve a sí misma. Hace falta mucha constancia y lucidez para poder hacerlo en un mundo donde no se para de hablar, y no precisamente con un lenguaje que se muestra “como el destello del afuera”, según la expresión de Gabilondo, sino con un lenguaje que se muestra como coraza y lanza a la vez de un afuera sin adentro.

III. El mundo: La creatividad ética

Todo el mundo busca certezas, una pequeña verdad a la cual atenerse y sobre la cual sostenerse. Pero es hora de fijarse menos en la verdad en sí y más en la manera en cómo llegamos a ella, que es lo que determinará la magnitud de sus consecuencias. Esto es posicionarse y obrar éticamente. La ética es esa “forma reflexiva que adopta la libertad”, según Foucault. De hecho, para poder comprender un texto se necesita libertad, también de pensamiento, y liberación de intención alguna sobre el mismo texto.
Vivimos en medio de unos medios de comunicación cargados de ambiguas intenciones y que se han alzado como los nuevos sacerdotes de la verdad haciendo que el viejo dicho de “la verdad es bella” se transmuta por “la belleza es verdad”. El “manager” de la obra, sea el editor, el mecenas, o cualquier otro representante del arte y el pensamiento, es su co-autor porque es el que les da una visibilidad, una forma, pero en el mercado. A partir de aquí tampoco se puede ver ni leer igual. Los medios de comunicación nos dicen qué es importante que sepamos y qué no, la editorial difunde lo que se debe leer y lo que no, la Universidad escoge sus artistas, sus escritores, sus filósofos. Por eso en los trabajos de investigación debe haber un arriesgarse uno mismo y una libertad inicial, es decir, una ética motriz y matriz, antes de la adecuación a la Institución, a la metodología o a la exhaustividad en la bibliografía. Justamente el “cómo”, esta aproximación y formalización del contenido, es lo que se tiene que encontrar durante la investigación, es donde se pone en juego la ética del investigador y donde, a la vez, la creatividad tiene un lugar. Sin ética se habla sólo para uno mismo; sin creatividad lo que sobrevive es la reproducción infinita del mismo gesto, como hacen los medios de comunicación cuando señalan con el dedo “el sol, el sol, el sol”, para que no veamos el sol de verdad ni el problema. Unos transforman el mundo, y otros lo interrogan desde su juicio en esferas completamente separadas. Se tiene que poder transformar el mundo desde ese juicio interrogante, desinteresado, que mira las cosas como le llegan: casi siempre necesitadas. Se tiene que pasar de la palabra-cosa a la palabra-acontecimiento para que esa “realidad Otra” que encierra esa palabra pueda devenir, hacerse presente y para que se dé la posibilidad de comprenderla. La Historia es como una vasija gigante que se ha roto muchas veces y que ha dejado esparcidos por doquier los restos de su fractura. Las obras de arte, tanto como los textos filosóficos y literarios, son signos que nos remiten constantemente a ella y que nos obligan a volver a mirar y a continuar hablando, de nuevo. Esto es obrar éticamente, cuando el “yo” viene después de “eso Otro”, “ése” Otro.
Vivimos en un acelerado circuito meta-textual, quizás ya hyper-textual, donde la experiencia no es de los hechos sino de los que se dice de ellos. Por eso escribir nos desintoxica de esa ebriedad inherente de la vida, nos da un centro. Uno tiene que aprender a escribir y a leer siempre de nuevo y si la memoria ayuda, que sea como un trampolín, no como un barranco donde lo que cae allí se queda varado. Además tiene que existir el efecto de la maravilla y el horror de lo que existe o ha existido, porque sin eso no puede haber esa “creación de sentido y significado” que se pretende en toda investigación. Sin eso, lo ético se reduce a la demagogia y la creación, esto es, la investigación, deviene un extenso “formulario”.
En mi investigación he hablado en pocas páginas y he leído en aún menos tiempo obras escritas a lo largo de años, y aún así sigo reivindicando esta aproximación ética de la estética de las obras. Así es, puesto que lo que uno hace no siempre es lo que espera poder hacer y dar testimonio de ello, de esa imposibilidad (y eso me lo enseñaron esos cuatro autores en sus confesiones), es el inicio del camino para encontrar ese “cómo”, porque al final es ese “cómo” el propio camino. El deseo de hallar una verdad última en las investigaciones, a menudo precipita conclusiones que se alejan gradualmente de la obra/tema como se aleja del cuerpo la célula vista desde un microscopio. Lo que no podemos descuidar es ese “amor a la verdad” que postulaba Nietzsche ni podemos olvidarnos de querer transformar esa verdad “en un principio permanente de acción”, esa conversión que nos enseñó Foucault. La verdad nace del “cómo” nos relacionamos con las cosas y quizás de esto se aprenda más en los meandros de la vida que en algunos rincones de laboratorios y bibliotecas, donde tantas cosas valiosas acaban dormidas y quizás también heridas.
(Febrero-2008)

domingo, 27 de enero de 2008

PEPE SALES REVISITAT


"I aquest bosc
es quedarà sempre
dintre de tu i de mi"
Pepe Sales

El dimarts passat el Cinema Truffaut de Girona va acollir una gentada que es van reunir en homenatge a l'artista Pepe Sales. Tot estava diferent de l'habitual. Tot era nou, menys quan vaig girar la cantonada i vaig reconéixer que fugia, estreta i negra, corrents, la puta de la nostàlgia.

BALADA POPULAR DESPRÉS DE PEPE SALES

En Pepe Sales pinta la casa
i et roba, entre calades, el cor.
Hem perdut la gana, mossecs d'amor cauen
al fons secret del vell pou.

Ens han vençut.
Digues-li al pare
que les màscares no han caigut.
Calien màrtirs
que encara moren a les pantalles.
Ens han disparat el cor
i s’ha convertit en bales.
Som daus llançats en una partida sense so.
Obrim el diccionari
per adjectivar la nostra mort
i som cucs amb tanta seda
que en el cènit de la nostra estaca
citem Plató mentre ens roben la casa,
i demanem perdó per esquitxar el sòl
amb la sang que consum
el consum de la massa.
Que encara uns riuen a les butaques,
les rates del futur a les butxaques
mentre ens vesteix la ira i la por
i es moren les filles perquè el mirall les mata.
La lluita s’embriaga en nom dels que ja no hi són
i l’honor que proclamàvem
esperarà a que siguis mort
per obrir-te al primer dia,
per donar-te, finalment, un nom.
No hi ha gossos per tants amos,
la sarna cupula a cada aparador.
Digues-li al pare que no em busqui,
que ja m’han subastat el cor,
penjarà al saló duna vídua rica,
venut al preu més baix que es pot.
Una copa degota al cantell de la taula,
una bombeta es fon, entro i ja no hi sóc
en el dos per dos que mai seran quatre:
Això era el món.

En Pepe Sales es penja de les cordes d'una guitarra
i fa vessar, entre calades, son cor.
A l'hora dels sords toquen a l'Art els morts
i la ferida encara no sagna.

No m’he tret la biga de l’ull,
però m’he rellogat un rellotge nou,
al preu més baix que es pot,
fent via per arribar a algun lloc.
Xino xano. Camino. Paratge.
He perdut la gana, però també la por.

miércoles, 31 de octubre de 2007

Diari d’un desaparegut de Leos Janacek i El castell de Barbazul de Béla Bartok

(Com que no puc publicar imatges no sé perquè, aquí teniu dos enllaços a dues imatges:
-Diari d'un desaparegut
-El castell de Barbablava)

A les dotze de la nit sona el telèfon:
-Ingrid, que demà fem la pre-estrena de “Diari d’un desaparegut” de Janacek i “El castell de Barbablava” de Bartok al Liceu. És a les 17h i tinc entrades. M’agradaria que poguessis aprofitar-les i llavors me’n fessis una crítica.
-Treballo, però m’escaparé i ja sortiré més tard de la feina.
-Perfecte.
L’endemà ens presentem en Víctor i jo al davant, reinflats per la feina, bruts, expectants. Surt en Joan tot nerviós.
-Busqueu una dona rossa i petita.
-Al Liceu quasi tot són dones rosses i petites.
-Ja la reconeixereu, és una gata maula.
La veiem al lluny. Com tot procés burocràtic no pots vacil·lar ni un moment. Li diem que venim de part de’n Joan. “No conec cap Joan”. Llavors ens posem seriosos i li donem tota la informació possible. “Endavant”. La moqueta de l’escalinata de l’entrada és flonja i el malson de qualsevol asmàtic. Ens enfilem al primer pis. Miro l’edifici per primer cop. Em sobten tantes llums de 7 i 9 bombetes cada una. La poca distància que hi ha entre elles fa que l’ull s’embriagui només per la vista. Tot té un aire etílic, de somni, irreal. La meva mirada es topa amb l’obra del sostre de Perejaume. Són unes butaques vermelles que s’estenen fins l’il·liminat d’un imaginari desert. Si algú s’hi enfilés només veuria de la representació de l’escenari un moviment de punts en l’espai. L’orquestra deixa anar tots els seus nervis en escales infinites, de tots colors, confusos, els instruments criden i ploren la por del músic abans de l’execució. El director d’orquestra els fa riure. A Platea hi ha quatre gats, privilegiats, la resta hem d’amuntegar-nos al primer pis. L’escenografia porta la marca de Jaume Plena i la Fura dels Baus. Comença la funció amb Janacek. Quan s’obre el teló hi ha un cap d’un home que surt d’un forat. És el “desaparegut”. Canta a una “gitana” que estima. Ha perdut el seu cap per ella, i el cap, literalment, se’n va cap el sostre, com les seves paraules, escenogràficament, davant dels ulls, el cap que s’enfila i les paraules també. Apareix la dona, va vestida com una prostituta, si és que hi ha una manera, en tot cas direm que porta uns “shorts” de cuiro negres, una camisa vermella arremangada i uns talons de pam i mig. Canta òpera mentre mastega xiclet. S’endinsa al forat on hi ha l’home que entona cançons breus, d’un o dos minuts, d’amor, campestre, textos que neixen del diari d’aquest “desaparegut”. L’home para de cantar quan té la pelvis de la dona a la seva cara. I s’hi enfonsa. Pels laterals s’arrosseguen homes i dones nus cap al forat. Un d’ells deu ser el meu amic. Com larves s’acosten al cau d’amor, com l’amor mateix onegen, s’enllacen. El niu d’amor és com una medusa elèctrica i, al seu cor, ells dos, el desaparegut que no té món i la gitana que el fa rodar. Aquests cossos seguiran la seva coreografia fent d’element escenogràfic i metafòric alhora. El cos: eina per la metàfora i element visual. Més enllà de la meitat de l’obra ell surt del forat i es plany pels seus opressius vincles familiars. Com en tota Història, l’amor no comulga amb allò social, i la família i l’amada, com a Romeu i Julieta i tutti tanti altri, són dos camins que es rebutgen. Ell: dins el forat de l’amor, dins el forat de l’amada, endinsada tota la seva carn al cau de la seva volguda desaparició. Ella: voluptuositat pura. Al final, sabent que ella està embarassada, decideix marxar amb ella. Història simple amb textos poètics a l’alçada del millor Janacek i una escenografia que ho realça tot produint l’efecte estrany i miraculós de fer ascendir allò sobri i senzill a quelcom oníric i delirant.
El Castell de Barbablava de Bartok comença amb un vídeo que trenca la quarta paret. Posa en dubte la diferència entre l’espectador i l’espectacle. La història és la de Barbablava, pirata llegendari, que s’emporta la seva nova amada al seu castell. Aquesta, però, intentarà obrir les 7 portes infranquejables. Cada porta amagarà un secret, la raó de la sang, geografies del luxe que neix de la barbàrie. A l’escenari hi haurà 7 pantalles que s’activaran d’una manera o una altra segons la porta que s’obri, una càmera de vídeo per a un sol moment de l’espectacle ens brindarà l’horror en el rostre d’ella, llums i ombres com a elements retòrics que funcionen sense un sol mot i que enforteixen, visualment, i sense dubtes, la història. Tal com passava amb el cinema expressionista alemany. Un festival per a l’ull. La intensitat en el cant i en la posada en escena és modular, varia tant que en moments un risca de perdre l’atenció i, en d’altres, d’extasiar-se. La tensió augmenta quan el castell sospira i hom veu un ull gegant que mira la protagonista, quan veu una sala faraònica plena de riqueses vessant de sang, quan ell es projecta gegant sobre la minsa figureta d’ella que queda absorbida per l’ombra i figura del Tirà. Si bé el text és molt més pobre que en l’anterior, l’espectacle visual que ofereix mereix múltiples atencions. De totes maneres, com en tot plaer excessiu, un sempre en voldria més, voldria més espectacle, com si després de la breu pausa que segueix a l’artifici visual, ja ens esperés el síndrome d’abstinència, afamats de més sorpreses, més retòrica per l’esperit: teca per l’ull! Teca per l’ull! I això no passa, l’artifici no és constant (per sort), és més: és desigual i de vegades poc afinat (això és només qüestió de temps i de proba). Però així i tot, mai havia vist una cosa igual en òpera. Potser és perquè mai he anat a l’òpera. No és això, perquè tinc memoritzats fragments que han aparegut en televisió, ressenyes que he llegit... Aviat m’adono que allò ja no és teatre, sinó una nova narrativa audiovisual a temps real, quan el so entra, figuradament, pels ulls i la imatge es reconfigura a través del so, quan un deixa de veure el marc físic d’on passa la història i dels mateixos personatges, els condicionants físics: els límits. Assistim a una nova virtualitat, però aquest cop real. Allò virtual (tot el que no està representat en la història i que s’evoca a través de imatges en pantalles o elements visuals substitutius) esdevé real en la unitat del temps i l’espai on l’execució té lloc. El passat hi és tant present i visual com el futur, en el lloc on abans només hi havia present. Tot el que és, ha estat i serà en la història: Hic et nunc. Com en un úter.